martes, diciembre 16

Un pez, dos peces, tres peces...


El sábado anduve por el "centro" paseando entre las casas. Hacía un día precioso, de esos despejados y con la luz irreal que tiene aquí el invierno. Frío, pero de ese frío que se aguanta perfectamente. Eso sí, la tinta del boli se me congelaba a cada rato, con lo que aprendí que la próxima vez, mejor con lápiz. La mina no se congela. Iba buscando víctimas indefensas a las que hacerles mil y una preguntas sobre los resultados de su pesca de subsistencia este verano. En realidad no hago más que contar peces en un papel y no tardo demasiado en hacer el cuestionario. Es un trabajillo temporal de un par de semanas, pero me pagan estupendamente y sobre todo me da la oportunidad de ir conociendo uno a uno a casi toda la gente del pueblo. El andar de casa en casa me está resultando interesantísimo y fuente de divertidos momentos. Me encanta ver a la gente en su ambiente natural. Te abren sin querer una ventana a su interior. Será deformación profesional, que no en vano me he pasado años y años ejerciendo de psicoterapeuta, pero las historias de la gente me apasionan. Llamé a una puerta y me abrió Juan. Me hizo pasar porque el termómetro marcaba 15 bajo cero y la corriente podía traer problemas mayores. Si no, seguro que me dejaba en la puerta. Su perro ratilla ladraba estridentemente sin cesar. Eso sí, bien pertrechado en el sillón, donde se escondía horizontal y silenciosamente, Juana. Juan me invitó a sentarme en un silla e intentó sin exito que se callase el animal. Juana chilló desde el sillón: "Déjale que ladre, qué más da." En cuanto oí su voz no supe quien estaba más rabiosa, si ella o la ratilla que tenía encima. Pasada la primera página del cuestionario, que Juan pacientemente contestó, Juana se puso en pie y se acercó a nosotros. "Vaya tontería de preguntas", soltó bruscamente, sin haber perdido el tono de hacía unos minutos. "Ya estoy harta, todos los años igual, y total luego seguro que no hacen nada. Y a mí que me importan los peces. No sé ni para qué te ha dejado entrar éste". Sus palabras, eso sí, salpimentadas de improperios en su justa medida. A Juan se le veía por momentos más avergonzado. Todo lo alto que era se había ido encogiendo poco a poco. Me imaginaba lo que tenía que ser vivir encogiéndose así cada minuto, cada hora, cada día... Tiene que llegar un momento en que uno desaparece del todo. Juan no decía nada, sólo seguía respondiendo atentamente a mis preguntas, nervioso pero educado. Terminé mi cuestionario de tres páginas y me fui, disculpándome educadamente por las molestias. De algo tenían que servir algún que otro colegio de pago en mi infancia. "Ya era hora", fue la seca despedida de Juana. El lunes, mientras paliqueaba con mi jefe del fin de semana, le comenté por encima mi encuentro con Juana. Sabía que él los conocía. Se rió y me aseguró que Juan pasaría a disculparse un día de estos. A mi modo de ver, no tenía mucho sentido que Juan viniese a disculparse por lo que hizo Juana. Será que veo las disculpas como algo personal e intransferible. Así que olvidé el comentario en cuanto me volví a sumergir en la interminable tarea de poner un poco de orden y concierto en 25 años de papeles y al menos 15 de polvo que convivían esparcidos por esa oficina. Esta mañana, a primera hora entró Juan y sin darme tiempo ni a saludarle se acercó a mi mesa e hizo exactamente lo que había pronosticado mi jefe. "Vengo a disculparme por cómo te trató Juana el sábado", dijo. Parecía un poco más alto que el otro día. "Gracias, pero no tienes por qué. No me tomé su mal humor de manera personal en absoluto. De todos modos, si alguien necesita disculaprse es ella, no tú, ¿no?" "Sí, pero ella no vendrá jamás", respondió con una media sonrisa. "A Juana es que no le gusta mucho la gente... Nada le gusta, en realidad... Siempre está de mal humor... Muchas veces no le gusto ni yo", dijo como por encima, mientras se encogía otro poquito. Una pausa, un brillo breve en los ojos y una sabia conclusión: "En el fondo estoy seguro de que lo que le pasa es que no se gusta a ella misma". "Este me debió ver la cara de psicóloga o algo," pienso sonriendo por dentro, "porque en cinco frases me ha contado media vida". "Tiene todo el sentido del mundo lo que dices. No tiene que ser nada agradable vivir así todos los días". "No, no lo es", suspira resignado "pero yo fui el que me casé con ella, así que me aguanto". Siguió un rato más de charla conmigo, me contó cómo es que había ido a parar allí y hasta me enseñó la foto de sus nietos. "Qué casualidad que me preguntes por ellos, precisamente ayer me llegó esta foto." Al ratito llegó mi jefe y después de ponerle al tanto de la razón de su visita, terminaron hablando de sus cosas y yo regresé a mi caos. De algún modo, Juan me ha llenado la mañana de ternura. Y sin comerlo ni beberlo, me ha llenado también la tarde de risas, de inspiración y de intimidad. Gracias.

jueves, diciembre 4

De cambios y ciclos



Me ha costado mucho estas semanas sentarme a escribir o a leer. El blog se siente abandonado y se desborda el reader, pero qué le vamos a hacer. Por un lado, el descalabro emocional y hormonal de hace un mes, que me tuvo comprensiblemente descolocada un par de semanas. Y por otro, el haber comenzado por fin a vislumbrar cual será nuestro siguiente paso una vez que el proyecto que nos trajo hasta este pequeño pueblo perdido en la tundra alaskeña termine el verano próximo. Tener más o menos definido lo que se avecina, dentro de la imposibilidad de definir el futuro, siempre me insufla energía y hace que me arrebaten los aires de renovación. Sobre todo si el cambio apetece, como en este caso.

Nuestro siguiente paso en principio implicaría quedarse en Alaska un par de años más, pero esta vez en la ciudad. Ciudad pequeña, donde es posible seguir disfrutando de la increíble y dura naturaleza de Alaska, pero con las ventajas que posee vivir en un lugar comunicado por carretera con el resto del mundo. Para mí eso significa gente diversa, vida social y profesional, restaurantes, parques, tiendas, clases de danza... Cosas que hoy por hoy me parecen un lujo y que agradezco no haber tenido por un rato para poder apreciarlas aún más.

Así que como anticipio a los cambios que se nos avecinan, he decidido también dejar de ser exclusivamente maruja y madre y ponerme a trabajar en algo que no tiene nada que ver con lo que he hecho estos últimos quince años. Y sí, me lo paso muy bien. El lado Virgo de mi persona disfruta enormemente poniendo orden en el caos. Cuanto mayor sea el caos, mayor el disfrute. Y puedo asegurar que la oficina donde trabajo es caótica hasta decir basta y eso que sólo trabajamos allí diariamente dos personas.

Trabajar en la Alaska rural es una experiencia que vale la pena vivir. Por lo curioso y cuasi surrealista, más que nada. Y sólo llevo una semana. No me puedo imaginar cuando lleve tres meses. Como cuando el primer día mi jefe me dijo que no me estresase por llegar a mi hora a trabajar. Que si quería llegar a y cuarto o a y media, que a él le daba lo mismo. Y no lo dijo en broma, no, que luego me riñó un día por llegar a mi hora. Así que ahora llego tarde por norma. Y luego tampoco es que me deje hacer mucho una vez que llego, porque no para de contarme batallitas. Si simplemente le escuchase, trabajaría como mucho unos 20 minutos de las 5 horas que dura mi jornada laboral. Y eso cuando él se va a dar una vuelta por ahí. O sea, que en realidad me pagan por llegar tarde y no trabajar. Ah sí, y por disfrutar de los amaneceres, que en esta época se ven estupendamente desde mi oficina. Tendré que llevarme la cámara.



Esto de trabajar para otro, que no hacía desde que nació mi hijo, es un cambio enorme también para él. De un día para otro ha comenzado a ir a la guardería y aunque los dos primeros días fueron durillos y el despegue inicial madre/hijo fue lacrimógenamente estándar, ahora lo llevamos estupendamente. Es un cambio positivo para todos y estoy segura de que en un par de meses tendré un hijo totalmente bilingüe, con sus necesidades de socialización medianamente cubiertas. Doy gracias por la enorme suerte de haber podido elegir quedarme con mis hijo en casa los dos primeros años de su vida. He disfrutado cada minuto de estar con él... Bueno no, mientro como una bellaca. He tenido mis malos momentos, pero como al final del día se me olvida todo al irle a arropar y dar un beso mientras duerme, visto ahora parece que sí he disfrutado cada minuto. Y estoy segura de que fue la mejor decisión.

Y como la cosa parece que va de cambios, pues hoy al cielo le ha dado por llover. Así, sin venir a cuento. Dos meses nevando, con un frío de narices que llegó hasta los 34 bajo cero, y de repente un buen día se pone a llover.

Y aún con tanto cambio, y a pesar de la lluvia que no em gusta nada de nada, tengo estos días una agradable sensación de seguridad y confianza que creo que en parte viene dada por la familiaridad del invierno y repetición de toda una serie de experiencias y sensaciones físicas que ya h pasado. Ya no soy novata en esto del invierno de Alaska.

Vivir tan cerca de la naturaleza siempre aporta mayor conciencia del ritmo cíclico de la vida. Y lo mejor de todo es que dentro de esos ciclos repetitivos siempre hay lugar para el cambio constante y el crecimiento.