domingo, abril 12

Viajando por Alaska



Hay un viaje que recomiendo a todo aquel aventurero que ose pisar suelo alaskeño durante los meses de invierno. O primavera, que para cuestiones de fríos viene a ser lo mismo, pero con un bastante más luz. Llevábamos ya un tiempo queriendo hacer este recorrido, y la visita de mis suegros finalmente logró que hiciéramos un hueco en nuestra vida diaria y nos tomásemos una semanita de vacaciones para conocer Alaska más allá de nuestra tundra. El primer destino fue Fairbanks, una de las tres "ciudades" de Alaska, la que está más al norte. No llega a estar dentro del círculo polar ártico, pero le falta poco. Si entrecomillo la palabra ciudad, es porque más que una ciudad, Fairbanks en realidad es un pueblo grande. Las casas y los negocios están muy espaciados, con lo cual de extensión es amplia, pero con una población de tan solo unos 30,000 habitantes. Tiene una Universidad bastante buena desde donde hay, indiscutiblemente, las mejores vistas de la ciudad. Hacia el sur hay una impresionante cordillera de montañas que en pleno invierno ha de ofrecer unos espectáculos increíbles de amaneceres tardíos que se transforman en atardeceres tempranos, como sólo se pueden ver en estas latitudes. 

Después de pasar un par de días en Fairbanks, cogimos carretera y manta y nos fuimos como a una hora de viaje, a un hotel que hay perdido de la mano de dios lejos de toda civilización. El hotelito en sí tiene básicamente dos atractivos tremendos. Uno es un pequeño lago de aguas termales. Os aseguro que cuando fuera hacen a 20 grados bajo cero, bañarse en un lago caliente es toda una experiencia. Desde el inevitable paseíllo al aire libre en bañador, hasta el pelo congelado por el vapor de las aguas en contacto con el aire tan frío, pasando por el gustazo de salir al frío cuando tienes el cuerpo recocido del agua caliente. No tiene desperdicio.


  
El segundo atractivo, es sin duda alguna, las auroras boreales que en esas latitudes se ven muy a menudo. De tres noches que pasamos en el hotel, las vimos dos. La primera noche simplemente estaba nublado. Para describirlas no hay palabras, así que ahí va una imagen.



La segunda parte de la aventura fue un viaje en tren desde Fairbanks a Anchorage. Doce horas de impresionantes paisajes helados que pasaron volando. Montañas, ríos, valles, más montañas, más ríos, más valles... Cada recodo era un mundo singular. Y en el cielo, ni una sola nube, lo que nos permitió disfrutar de los paisajes hasta donde alcanzaba la vista. 



  
Ojalá hubiesen sido más días, se nos hizo muy cortito a todos. Pero aún así, el viaje fue de esos que con el tiempo se vuelven totalmente inolvidables. Lo dicho, si alguien se anima, yo hasta os acompaño, que no me importaría nada repetirlo.