martes, diciembre 16

Un pez, dos peces, tres peces...


El sábado anduve por el "centro" paseando entre las casas. Hacía un día precioso, de esos despejados y con la luz irreal que tiene aquí el invierno. Frío, pero de ese frío que se aguanta perfectamente. Eso sí, la tinta del boli se me congelaba a cada rato, con lo que aprendí que la próxima vez, mejor con lápiz. La mina no se congela. Iba buscando víctimas indefensas a las que hacerles mil y una preguntas sobre los resultados de su pesca de subsistencia este verano. En realidad no hago más que contar peces en un papel y no tardo demasiado en hacer el cuestionario. Es un trabajillo temporal de un par de semanas, pero me pagan estupendamente y sobre todo me da la oportunidad de ir conociendo uno a uno a casi toda la gente del pueblo. El andar de casa en casa me está resultando interesantísimo y fuente de divertidos momentos. Me encanta ver a la gente en su ambiente natural. Te abren sin querer una ventana a su interior. Será deformación profesional, que no en vano me he pasado años y años ejerciendo de psicoterapeuta, pero las historias de la gente me apasionan. Llamé a una puerta y me abrió Juan. Me hizo pasar porque el termómetro marcaba 15 bajo cero y la corriente podía traer problemas mayores. Si no, seguro que me dejaba en la puerta. Su perro ratilla ladraba estridentemente sin cesar. Eso sí, bien pertrechado en el sillón, donde se escondía horizontal y silenciosamente, Juana. Juan me invitó a sentarme en un silla e intentó sin exito que se callase el animal. Juana chilló desde el sillón: "Déjale que ladre, qué más da." En cuanto oí su voz no supe quien estaba más rabiosa, si ella o la ratilla que tenía encima. Pasada la primera página del cuestionario, que Juan pacientemente contestó, Juana se puso en pie y se acercó a nosotros. "Vaya tontería de preguntas", soltó bruscamente, sin haber perdido el tono de hacía unos minutos. "Ya estoy harta, todos los años igual, y total luego seguro que no hacen nada. Y a mí que me importan los peces. No sé ni para qué te ha dejado entrar éste". Sus palabras, eso sí, salpimentadas de improperios en su justa medida. A Juan se le veía por momentos más avergonzado. Todo lo alto que era se había ido encogiendo poco a poco. Me imaginaba lo que tenía que ser vivir encogiéndose así cada minuto, cada hora, cada día... Tiene que llegar un momento en que uno desaparece del todo. Juan no decía nada, sólo seguía respondiendo atentamente a mis preguntas, nervioso pero educado. Terminé mi cuestionario de tres páginas y me fui, disculpándome educadamente por las molestias. De algo tenían que servir algún que otro colegio de pago en mi infancia. "Ya era hora", fue la seca despedida de Juana. El lunes, mientras paliqueaba con mi jefe del fin de semana, le comenté por encima mi encuentro con Juana. Sabía que él los conocía. Se rió y me aseguró que Juan pasaría a disculparse un día de estos. A mi modo de ver, no tenía mucho sentido que Juan viniese a disculparse por lo que hizo Juana. Será que veo las disculpas como algo personal e intransferible. Así que olvidé el comentario en cuanto me volví a sumergir en la interminable tarea de poner un poco de orden y concierto en 25 años de papeles y al menos 15 de polvo que convivían esparcidos por esa oficina. Esta mañana, a primera hora entró Juan y sin darme tiempo ni a saludarle se acercó a mi mesa e hizo exactamente lo que había pronosticado mi jefe. "Vengo a disculparme por cómo te trató Juana el sábado", dijo. Parecía un poco más alto que el otro día. "Gracias, pero no tienes por qué. No me tomé su mal humor de manera personal en absoluto. De todos modos, si alguien necesita disculaprse es ella, no tú, ¿no?" "Sí, pero ella no vendrá jamás", respondió con una media sonrisa. "A Juana es que no le gusta mucho la gente... Nada le gusta, en realidad... Siempre está de mal humor... Muchas veces no le gusto ni yo", dijo como por encima, mientras se encogía otro poquito. Una pausa, un brillo breve en los ojos y una sabia conclusión: "En el fondo estoy seguro de que lo que le pasa es que no se gusta a ella misma". "Este me debió ver la cara de psicóloga o algo," pienso sonriendo por dentro, "porque en cinco frases me ha contado media vida". "Tiene todo el sentido del mundo lo que dices. No tiene que ser nada agradable vivir así todos los días". "No, no lo es", suspira resignado "pero yo fui el que me casé con ella, así que me aguanto". Siguió un rato más de charla conmigo, me contó cómo es que había ido a parar allí y hasta me enseñó la foto de sus nietos. "Qué casualidad que me preguntes por ellos, precisamente ayer me llegó esta foto." Al ratito llegó mi jefe y después de ponerle al tanto de la razón de su visita, terminaron hablando de sus cosas y yo regresé a mi caos. De algún modo, Juan me ha llenado la mañana de ternura. Y sin comerlo ni beberlo, me ha llenado también la tarde de risas, de inspiración y de intimidad. Gracias.

jueves, diciembre 4

De cambios y ciclos



Me ha costado mucho estas semanas sentarme a escribir o a leer. El blog se siente abandonado y se desborda el reader, pero qué le vamos a hacer. Por un lado, el descalabro emocional y hormonal de hace un mes, que me tuvo comprensiblemente descolocada un par de semanas. Y por otro, el haber comenzado por fin a vislumbrar cual será nuestro siguiente paso una vez que el proyecto que nos trajo hasta este pequeño pueblo perdido en la tundra alaskeña termine el verano próximo. Tener más o menos definido lo que se avecina, dentro de la imposibilidad de definir el futuro, siempre me insufla energía y hace que me arrebaten los aires de renovación. Sobre todo si el cambio apetece, como en este caso.

Nuestro siguiente paso en principio implicaría quedarse en Alaska un par de años más, pero esta vez en la ciudad. Ciudad pequeña, donde es posible seguir disfrutando de la increíble y dura naturaleza de Alaska, pero con las ventajas que posee vivir en un lugar comunicado por carretera con el resto del mundo. Para mí eso significa gente diversa, vida social y profesional, restaurantes, parques, tiendas, clases de danza... Cosas que hoy por hoy me parecen un lujo y que agradezco no haber tenido por un rato para poder apreciarlas aún más.

Así que como anticipio a los cambios que se nos avecinan, he decidido también dejar de ser exclusivamente maruja y madre y ponerme a trabajar en algo que no tiene nada que ver con lo que he hecho estos últimos quince años. Y sí, me lo paso muy bien. El lado Virgo de mi persona disfruta enormemente poniendo orden en el caos. Cuanto mayor sea el caos, mayor el disfrute. Y puedo asegurar que la oficina donde trabajo es caótica hasta decir basta y eso que sólo trabajamos allí diariamente dos personas.

Trabajar en la Alaska rural es una experiencia que vale la pena vivir. Por lo curioso y cuasi surrealista, más que nada. Y sólo llevo una semana. No me puedo imaginar cuando lleve tres meses. Como cuando el primer día mi jefe me dijo que no me estresase por llegar a mi hora a trabajar. Que si quería llegar a y cuarto o a y media, que a él le daba lo mismo. Y no lo dijo en broma, no, que luego me riñó un día por llegar a mi hora. Así que ahora llego tarde por norma. Y luego tampoco es que me deje hacer mucho una vez que llego, porque no para de contarme batallitas. Si simplemente le escuchase, trabajaría como mucho unos 20 minutos de las 5 horas que dura mi jornada laboral. Y eso cuando él se va a dar una vuelta por ahí. O sea, que en realidad me pagan por llegar tarde y no trabajar. Ah sí, y por disfrutar de los amaneceres, que en esta época se ven estupendamente desde mi oficina. Tendré que llevarme la cámara.



Esto de trabajar para otro, que no hacía desde que nació mi hijo, es un cambio enorme también para él. De un día para otro ha comenzado a ir a la guardería y aunque los dos primeros días fueron durillos y el despegue inicial madre/hijo fue lacrimógenamente estándar, ahora lo llevamos estupendamente. Es un cambio positivo para todos y estoy segura de que en un par de meses tendré un hijo totalmente bilingüe, con sus necesidades de socialización medianamente cubiertas. Doy gracias por la enorme suerte de haber podido elegir quedarme con mis hijo en casa los dos primeros años de su vida. He disfrutado cada minuto de estar con él... Bueno no, mientro como una bellaca. He tenido mis malos momentos, pero como al final del día se me olvida todo al irle a arropar y dar un beso mientras duerme, visto ahora parece que sí he disfrutado cada minuto. Y estoy segura de que fue la mejor decisión.

Y como la cosa parece que va de cambios, pues hoy al cielo le ha dado por llover. Así, sin venir a cuento. Dos meses nevando, con un frío de narices que llegó hasta los 34 bajo cero, y de repente un buen día se pone a llover.

Y aún con tanto cambio, y a pesar de la lluvia que no em gusta nada de nada, tengo estos días una agradable sensación de seguridad y confianza que creo que en parte viene dada por la familiaridad del invierno y repetición de toda una serie de experiencias y sensaciones físicas que ya h pasado. Ya no soy novata en esto del invierno de Alaska.

Vivir tan cerca de la naturaleza siempre aporta mayor conciencia del ritmo cíclico de la vida. Y lo mejor de todo es que dentro de esos ciclos repetitivos siempre hay lugar para el cambio constante y el crecimiento.

sábado, noviembre 8

Despedida



Hace dos días, cuando regresamos a casa después de decirte adiós para siempre, encontramos nuestro mundo cubierto de purpurina. Esa misma que brillaba en el aire hace unos días, hoy parecía haberse asentado por todas partes, conviertiendo lo cotidiano en irreal.

Ayer, en cambio, la nieve volvió a caer, cubriendo la purpurina con un nuevo milagro. De nuevo los copos volvían a ser perfectos, pero esta vez también eran enormes. Se acumulaban unos sobre otros como pequeñas láminas cristalinas caídas en todas direcciones, dando a la nieve una sensación geométricamente esponjosa. Suena curioso, sí. Igualmente curioso se veía.

Estas dos experiencias visuales son poco frecuentes y por ello resulta imposible acostumbrarse a ellas. Lo mismo ocurre cuando no queda más remedio que despedirse para siempre de alguien sin haberle llegado a conocer siquiera. ¿Quién puede acostumbrarse?

Esta despedida ha sido especialmente dura porque a pesar de no conocerte ni haberte aún llegado a sentir, ya había empezado a quererte y comenzaba a hacerte un hueco en nuestra pequeña familia. Hueco que, aunque chiquito como eras cuando te fuiste, será tuyo para siempre por mucho que ya no estés ni vayas a regresar jamás.

Hay muchas maneras de lidiar con la tristeza, cada una de ellas personal aunque a veces transferible. Una de mis maneras es añadirle belleza. La belleza de las cosas pequeñas que se encuentran en todas partes, esas a las que hay que prestar un poco de atención para que no pasen desapercibidas. No la hace desaparecer, pero la transforma y ayuda a hacerla más llevadera.

Igual que no tengo imágenes de la nieve de estos días, tampoco tengo imágenes de tí. Ambas quedáis para siempre en mi memoria. Hasta siempre.

martes, octubre 28

Cuando brilla el aire





Hay días absolutamente fascinantes en estas latitudes. Por seguir la tónica del post anterior, los llamaré también días de cuento.

Imaginemos como después de un par de días de nevadas intermitentes, todo, absolutamente todo... cada árbol, cada rama, cada brizna de hierba... queda cubierto por una fina capa de nieve seca. Y digo seca porque la temperatura es ya muy baja, 20 bajo cero por las mañanas, y esos fríos secan cualquier cosa.

En cambio hoy, el día amanece totalmente despejado. No hay riesgo de nevadas en el horizonte. Un sol deslumbrante decora un cielo azul intensísimo. Corre una suave brisa helada. Una brisa apenas perceptible. Tan sutil que sin darse uno cuenta, suspende en el aire minúsculos fragmentos de hielo recogidos silenciosamente de las ramas de los árboles.

Los rayos de sol, al acariciar esos finos cristales flotantes, los tranforman en minúsculos arcoiris. Y es entonces cuando brilla el aire. A veces durante todo el día, o incluso hasta dos días. Como si hubiese pasado un hada agitando furiosamente su varita mágica.

Por más que lo he intentado, no he sido capaz aún de recogerlo en una fotografía. Pero es cierto que hay cosas, como dice alguien que yo me sé, que es mejor conservarlas simplemente en la memoria.

jueves, octubre 23

Nieve de cuento




Hay días que nieva de arriba a abajo,
otros, en cambio, de lado a lado.
Días que nieva de adentro pa' fuera,
y otros que no se sabe ni pa' donde cae.

Hay días que caen copos grandes,
otros, en cambio, pequeños,
También hay días como hoy,
de copos que caen perfectos.

A eso le llamo yo
nieve de cuento.
Y para muestra, un botón.


jueves, octubre 9

Se acabó lo que se daba




Sí, ya definitivamente, se acabó el otoño. Otoño que, dicho sea de paso, este año ha durado exactamente diecisiete días. Y es que así es la cosa, tanto la primavera como el otoño duran lo que les deja el invierno, o sea, aproximadamente un mes. Semana más, semana menos. Cuando de repente amaneces a 10 grados bajo cero y cae una nevada de palmo y medio en menos de 12 horas, eso es que ya ha llegado de golpe y porrazo el invierno, así sin avisar y por la puerta de atrás. El calendario puede decir misa.

Por suerte, la semana pasada pudimos aún dedicarle unos días a la última de las actividades de subsistencia de la temporada: la recogida de frutos del bosque. Evidentemente nos perdimos lo mejor durante todo el mes de septiembre, pero aún así algo hicimos a finales de agosto y en esta primera semana de Octubre.

Como todas las actividades de subsistencia, ésta también tiene un género concreto. La caza y descuartizamiento inicial del animal es tarea de hombres, luego lo termina la mujer. La pesca también es cosa de hombres, pero la limpieza y preparado del pescado la realizan íntegramente las mujeres. La recogida de bayas, en cambio, es una actividad principalmente de mujeres. Los hombres acompañan para llevar el rifle, por eso de si hay que pelearse con un oso por las bayas.

Al menos eso es lo que hace todo el mundo. Todo el mundo, menos mi amiga Eleanor, por lo que parece. Claro, que de eso sólo me enteré cuando ya no había marcha atrás. "Nadie quiere venir a recoger bayas conmigo porque no llevo hombre ni rifle," me suelta así como si nada, cuando ya era obvio que nuestro galante barquero se había largado con viento fresco y no aparecería hasta pasadas cuatro horas. No, no se le ocurrió avisarme antes de ese pequeño detalle. Así que no me quedó más remedio que hacer de tripas corazón, encomendarme a todas las divinidades del cielo y del olimpo, y enfrascarme en la recolección de arándanos rastreros salvajes y té de tundra mientras miraba por encima del hombro a cada rato. Tuvimos suerte, no vimos osos.

Volví con ella a la tundra otra vez, eso sí, esta vez con mi spray anti-osos en el bolsillo, toda valiente yo. Menos mal que no tuve que utilizarlo, porque seguro que de los nervios hubiese acabado apuntándome a mí misma. Y eso sí que hubiese sido un lío y de los gordos. Con lo que mi temporada de recogida de bayas en la tundra pasó sin pena ni gloria, ni aventuras extraordinarias que contarles a los nietos a su debido tiempo.

Uno de los usos más comunes de las bayas y a la vez postre favorito indiscutible de la gente del lugar es el "akutaq", también llamado helado esquimal. Eso sí, de helado no tiene nada. Los ingredientes son: pescado blanco, arándanos, azúcar, y grasa. Tradicionalmente la grasa que se usa es de animal, pero hoy en día la vida moderna lo ha sustituido por un aceite vegetal sólido de lo más artificial llamado Crisco. Hay gente que considera el akutaq como una exquisitez. Yo, aunque lo he intentado varias veces, lo siento pero no puedo con el Crisco.


Otro plato curioso es el llamado "akutaq de ratón." En este caso, lo que se recogen no son bayas, sino ciertas raíces que tienen un característico sabor muy dulce. Lo curioso es que no se consiguen directamente de las plantas, sino asaltando los nidos de los ratones de campo, que diligentemente las han estado almacenando durante todo el verano. La gente suele coger sólo una parte de lo almacenado por el ratón y en los casos más generosos sustituirlo por otra cosa que también sea comestible para el animal. A David le encantó el año pasado, pero yo no fui capaz de probarlo cuando tuve oportunidad, me daba demasiado asco pensar que ya lo había masticado un ratón. Hoy por hoy, igual me atrevería, siendo que ya estoy bastante más asilvestrada.

Nosotros en casa, no hacemos akutaq, ni le robamos comida a los ratones. Sin embargo hacemos tarros y tarros de deliciosa mermelada de arándanos azules, rojos y negros, frambuesas, y rosa mosqueta. A ver si nos duran todo el invierno.

Y con esto ponemos fin de un plumazo al verano y el otoño en Alaska. Con ellos se van los días largos y la actividad incesante. No ha habido tiempo de despedidas. A veces pasan así las cosas, de golpe, sin lentas y meditadas transiciones.

Este invierno será diferente al anterior en muchos aspectos, aunque no adelantaré acontecimientos. Espero, sin embargo, que sea igual de hermoso y que traiga consigo mucha paz interior y muchas oportunidades de experimentar cosas nuevas.

sábado, octubre 4

Viajando




No es fácil dar con una manera coherente de expresar los 5.500 km que acabamos de recorrernos como familia. Decir que han sido las mejores vacaciones de mi vida, sólo equiparables en intensidad y belleza a otro viaje que disfruté con mi amiga del alma hace varios años, no expresa casi nada. O lo expresa todo, pero sólo lo entendemos los implicados.

No ha sido sólamente un viaje recorriendo tierras y caminos de varios colores, parajes llenos de historia, de magia, y de inmensa belleza. Ha sido un viaje tan intenso e íntimo en tantos aspectos que me cuesta expresarlo, no me salen las palabras. Ha sido un viaje vivido en un presente que ya es pasado, donde lo que tuvo sentido fue vivirlo y no tanto recordarlo para contarlo. Las palabras nunca le harían justicia.


Cada día vivido y cada sitio visitado eran siempre mejor que el anterior... y eso que el anterior siempre parecía inmejorable al vivirlo y visitarlo. Cada uno de ellos siempre diferente. Cada uno con su propia magia, con su color personal, con sus sorpresas, con su calor... Todos me atraparon en el momento, y todos los disfruté sobremanera. Incluso los caminos que a primera vista parecían más anodinos, escondían sorpresas de innegable belleza. Sólo era cuestión de abrir los ojos.


No quiero extenderme, pero sí mencionar los sitios específicos en los que paramos, por dejar constancia y por si alguno estuviese planeando un viaje por la zona. Los enlaces llevan a más fotos de cada lugar, si a alguien le apetece ver más.

Arches en Utah fue el que primero nos recibió. Con sus piedras horadadas, sus monolitos imponentes, sus colores como fuego...


Canyonlands
, muy cerquita, nos dió la primera pista de lo que pueden llegar a ser los cañones en esta zona del mundo. Y resultó que este era "pequeño"... que se lo cuenten a esos minutos de vértigo y taquicardia que pasé mientras pretendía ser valiente.


De ahí a Monument Valley en Arizona hay exactamente la distancia de una siesta larga de mi hijo. ¿Quién no ha visto estos parajes mil veces en películas de vaqueros? Despertar aquí fue indescriptible.


Antelope Canyon es uno de los lugares más hermosos que he visto nunca. Las paredes de este pequeño canón en medio del desierto de Arizona están tan llenas de magia y de suavidad que resulta impactante. Si tuviese que quedarme con un lugar entre todos, escogería este.


El Gran Cañón del Colorado, en Arizona, simplemente quita el hipo. Una diferencia de altitud de 1.500 metros hace que los cañones que agrietan la tierra en surcos cada vez más profundos parezcan totalmente irreales. Era tan exagerado que fue donde nos quedamos menos tiempo y de donde tenemos menos fotos. Curiosamente es el que más gente atrae.


Bryce Canyon
, de nuevo en Utah es tal vez uno de los lugares más surrealistas del viaje. Los indios Paiute que habitaban estas tierras se aseguraban de mantenerse siempre bien alejados de este cañón por miedo a que Coyote les convirtiera también a ellos en "hoodoos" o pináculos de piedra, como había hecho con sus ancestros. El primer pionero que se asentó por estos lares en cambio, describió el cañón mucho más pragmáticamente, como "a hell of a place to lose a cow." Vaya, que debió perder una vaca por el cañón, y las pasó putas para encontrarla.


Y para terminar, Zion, también en Utah. Cuando ya parecía que lo habíamos visto todo, nos ofreció nuevos paisajes completamente inesperadas y sorprendentes.


Y ahora, sin más dilación, regreso al presente de nuevo, a mis cabaña calentita y a mis tímidas nieves invernales que ya han empezado a caer en Alaska. Nos vemos desde aquí.

jueves, octubre 2

El mejor comienzo



Recién estrenadas nuestras esperadas vacaciones,




lo primero que hago es desaparecer del mundanal ruido




a refugiarme en el silencio.





Tres días de soledad en uno de mis lugares favoritos del planeta




fueron el mejor regalo de cumpleaños del mundo.




Gracias chicos




viernes, septiembre 5

Cerrado por vacaciones


Foto de Nihihiro & Shihiro (Flickr) Me vuelvo a ir de vacaciones. Esta vez son también las vacaciones de David, una de las pocas que nos hemos regalado como familia los tres juntos. Ir a España en Navidad a contrarreloj corriendo de un lado a otro para ver a todo el mundo, no son lo que yo llamo precisamente unas vacaciones relajantes. Nos vamos a recorrernos medio país en coche, desde Seattle al Cañon del Colorado, pasando por todo tipo de desiertos achicharrantes en Nevada, Utah y Arizona. Me muero de ganas de estar rodeada de tierra roja por unos días, acampando, dedicándome de lleno a la fotografía en uno de los parajes más alucinantes del mundo, y muertita de calor. Será una buena manera de cargar pilas para regresar al invierno en Alaska de nuevo a finales de Septiembre. Espero volver cargadita de imágenes como la que he pedido prestada para poner ahí arriba.

martes, agosto 26

Cuarenta


La última vez que cambié de década, desperté con una tremenda sonrisa en la boca, feliz de la vida. Hoy no siento esa misma alegría y la echo de menos. Hoy no sé qué siento. Será que me estoy haciendo mayor... De todos modos, me deseo un cumpleaños muy feliz, me regalo una flor, y sobre todo espero que se cumplan los presagios de todas las mujeres de más de 40 que me han asegurado que ahora empieza lo mejor de la vida.

lunes, agosto 25

De osos y salmones



"Salmón ahumado"
Aniak, Alaska
Julio 2007


David es como mi telediario particular, siempre dándome las noticias más punteras del pueblo. El otro día me llamó a media tarde. "Oye, que no salgas de casa que hay un oso negro en el ahumadero de la casa de Tamara." Tamara vive a unos cien metros de nosotros... como para salir una vuelta, vamos. Aprovechando que Naím dormía la siesta, me quedé en casa obedientemente, esperando a oir más noticias, y esperando también que al oso no se le ocurriese venirse a zampar las raspas que aún colgaban de nuestro ahumadero, una vez hubiese terminado con el salmón de Tamara. Al rato, lo que oi fueron dos disparos, pero del oso nunca más se supo.

En esta época del año, los ahumaderos son una fuente de olor irresistible para los osos. De hecho fue lo primero que noté cuando regresé de mi viaje a España y eso que no soy osa. Tanto mi marido como mi casa entera olían a salmón ahumado. Es un olor que a mí me gusta mucho, pero vamos, no tanto como para llevármelo a la cama.

El salmón es el protagonista indiscutible del verano en Alaska. Salmones enormes que suben río arriba para ir a desovar y morir en el mismísimo río que los vió nacer. Y anda que no hay ríos por aquí, como para perderse en el intento. Pero no, no se pierden. Una de esas curiosidades fascinantes de la naturaleza.

Mientras estuve en España, David se dedicó a pescar con red con unos amigos y a hacer la parte más pesada del proceso de ahumado, incluyendo el terminar el ahumadero que estaba a medias antes de irme. Pescar con red significa que tiras la red una vez y te subes de golpe unos cuarenta salmones, así tan tranquilamente. Evidentemente, esto sólo se permite a los residentes que hacemos economía de subsistencia. El resto, con caña y de uno en uno.

Dos de mis amigas del pueblo, con muchos años de experiencia en el fileteado y ahumado del salmón, vinieron a ayudarle esos días y de paso enseñarle el método más tradicional de prepararlo. Cortar los filetes en tiras de un par de centímetros de grosor, marinarlos en salmuera durante un rato, colgarlas de palos colocados cerca del techo del ahumadero, y dejarlos ahumar unos diez días. El resultado, indiscutiblemente riquísimo. Y como siempre, no se desaprovecha nada. Incluso las raspas se ahuman para dárselas luego a los perros durante el invierno.


Estos días, en cambio, la que no para de pescar soy yo. Me agarro a Naím y mientras él tira piedras al río y se divierte ayudándome a pescar, yo voy haciéndome con gran parte de nuestra reserva invernal de proteína. Y es que la pescadería de la que disfruto es algo tan excepcional que apetece ir todos los días, incluso si llueve a chuzos. Lo de "ir a por el pescado" se ha convertido en una de mis aficciones favoritas. Y no se me da nada mal, todo sea dicho. Volver a casa cada día cargada con cuatro o cinco salmones enormes es toda una experiencia. Y cuando digo enormes, me refiero a peces que pesan entre cinco y ocho kilos y miden entre sesenta y ochenta centímetros de largo. Vamos, que las sardinas ahora mismo me parecen microscópicas.

Parte de este salmón lo estuvimos ahumando un par de días y luego lo envasamos en botes de cristal. Temo que nos hemos quedado un poco cortos, pero habrá que estirar lo que hay. El resto, lo he ido fileteando y envasando al vacío. Algunos salmones más pequeños los congelamos enteros, la mayoría van fileteados, y los de mejor calidad, cortados en trozos más pequeños para hacer sushi. Vamos, que el congelador industrial que tenemos está ya a puntito de reventar.

Tengo una sensación como un tanto salvaje dentro, que supongo vendrá dada por el hecho de estar matando para comer. Y estar haciéndolo sola y a diario. Confieso que me gusta la sensación. De algún modo, me hace sentir fuerte, y aquí y ahora, esa fuerza es bienvenida.

viernes, julio 25

Rumores



Los rumores son un fenómeno fascinante. Al menos a mí me lo parece. De un pedacito de información cualquiera se pueden originar las historias más increíbles.

En los pueblos este fenómeno llega a tomar unas proporciones desorbitadas. Pareciera incluso que a menor número de habitantes, mayor número de rumores. Y no sólo en Alaska, no. Es un fenómeno universal que podemos encontrar desde Alaska a la Patagonia y seguramente a la China también. Puede que sea porque la gente no tiene muchos entretenimientos sociales y entonces se entretienen inventando historias sobre los vecinos. O tal vez el estar tan en contacto con la naturaleza desarolla la imaginación de una forma que la gente de ciudad no llega a comprender. O simplemente por fastidiar... No sé cual es la razón, pero el caso es que los rumores suelen dar mucho que hablar.

Cuando uno tiene el privilegio de escuchar un rumor que le implica directa o indirectamente, la diversión suele estar asegurada, siempre y cuando uno se lo tome con humor. Aunque a lo largo de mi vida he tenido la desgracia de ser víctima de rumores crueles, de esos que es mejor perdonar y luego olvidar, en este caso no puedo menos que sonreir ante la inventiva del prójimo.

Ayer tuve la suerte de escuchar uno de los rumores más imaginativos que he escuchado jamás. Los protagonistas de esta historia son nuestros queridos Mortadelo y Filemón. No, no los de Ibañez, sino esas cabritas que fueron tristemente devoradas por un oso hace como un mes o así.

La historia va así.

Un hombre del pueblo, al que llamaremos por ejemplo John Smith, que trabaja en la construcción de la nueva línea de alcantarillado del pueblo, pasó ayer por el trabajo de mi amiga Elisabeth y se puso a hablar con su jefe sobre un extraño fenómeno que acababa de observar en casa de esa gente extranjera y medio rara que viven en la cabaña de troncos de la esquina. Sí, los españoles esos que tienen unas cabras.

Nuestro intrépido John Smith relató como al pasar por casa de los españoles a marcar la entrada de su terreno, había visto a una de las cabras y se había acercado a acariciarla. Al ir a tocarle la cabeza cariñosamente, el pobre hombre dió un respingo y se echó para atrás, medio confundido y a la vez medio asqueado. La cabra en cuestión tenía la tapa de los sesos levantada y recubriendo el cerebro había un pedazo de plástico a modo de casco. Dicho plástico seguramente cumplía la higiénica función de proteger a la cabra de infecciones y otras vainas que pueden derivarse de andar con la masa cerebral al fresco.

Por suerte, el español estaba cerca y John Smith pude preguntarle por qué le habían hecho a la cabra semejante cosa. Aparentemente David, ni corto ni perezoso, despejó todas sus dudas al explicarle claramente que el remover al animal la tapa de los sesos tenía una función muy específica. El plástico sustituiría dicha parte del cráneo durante todo un año, y después de ese tiempo le volverían a colocar la susodicha tapa. Eso aseguraría que la cabra nunca más tendría ganas de escaparse de casa. Desde luego es innegable que esta solución es mucho más práctica y sobre todo mucho más segura para la cabra que una cuerda al cuello o un redil.

Obviamente, en el trabajo de Elisabeth se montó una tremenda algarabía. ¿Sería esto vudú o quizás parte de un ritual satánico? Es de sobras conocido en el mundo entero y parte del extranjero que el vudú es parte integral de la cultura española, igual que los toros, el flamenco, o el ir de tapas. Intentaron por todos los medios convencerla para que viniese discretamente a visitarme con una cámara de fotos para retratar a la cabra en cuestión, a lo cual ella se negó. Pero accedió a preguntarme sobre el tema antes de entrar a clase de yoga es mismo día.

Ahora imaginaos la cara con la que me quedé cuando oí esta historia.

Es cierto que las cabritas tenían algo extraño en la parte frontal de la cabeza. Parece ser que los que crían cabras para uso doméstico, les queman los incipientes cuernos cuando son crías, para que no lleguen a desarrollarlos y así evitar embestidas dolorosas a los humanos. Cuando las cabras llegaron a nosotros ya les habían hecho esto y al cabo de un par de semanas los cuernitos que tenían se cayeron. Debajo quedaron piel y carne en proceso de cicatrización, lo mismo que cuando se cae una costra de una herida.

De esto a agujeros en el cráneo cubiertos con plástico y rituales de vudú, hay todo un mundo. O más bien todo un universo. Uno que realmente no alcanzo a comprender. ¿Por qué necesita alguien inventarse semejante estupidez y esparcirla a los cuatro vientos? Eso sí, me he reído un buen rato a costa de la imaginación ajena, eso desde luego.

No era de esto de lo que quería hablar en mi post de vuelta a casa, pero no me he podido resistir.

jueves, julio 17

Castiñeiras



Cada vez que tengo la gran suerte de poder pasar unos días en mi lugar favorito del planeta, me asalta algún que otro fantasma del pasado. Cosa por cierto nada infrecuente en mis numerosas vueltas a casa, sea por Navidad como el turrón o en pleno verano como ahora.


Castiñeiras es un lugar cargado de recuerdos de otra época de mi vida. Anécdotas que me gusta recordar, aunque algunas las haya ido olvidando por el camino. Sensaciones y sentimientos que reconozco como pertenecientes a un pasado clarooscuro y bastante lejano ya. Pero con todo, retazos de una vida que me ha ido conformando como lo que soy. Y que de vez en cuando no viene mal revisar e incluso revivir.


Castiñeiras trae consigo, sobre todo, largas horas perezosas de playa y sol en las que se agolpan los recuerdos. Noches interminables persiguiendo estrellas fugaces y saboreando queimadas en las rocas. Fiestas apoteósicas que aún perduran en la memoria de muchos, incluso en las de aquellos que no asistieron. Desayunos de higos frescos recién cogidos del árbol. Horas y horas recogiendo "coloritos" de entre los granos de arena de la playa. Soledad, lluvia, saxofones... Tiempos lejanos que aún hoy provocan sonrisas y complicidades. Tiempos que están también muy ligados a mi hermano, uno de los cuatro hombres más importantes de mi vida y al que quiero con toda mi alma. Sé que él lo sabe.


Estos días han sido estupendos aunque muy breves. De todos modos, en Castiñeiras incluso dos meses pasarían volando. El tiempo no ha acompañado demasiado, pero al menos hemos podido bañarnos en el mar unos días.


Naím y yo hemos disfrutado de la familia a trompicones. Unos días estaba sólo el abuelo, otros estaba sólo el tío, otros días estaban todos, y también nos visitaron por primera vez los cuñados de Madrid... Incluso pasamos un par de días de soledad y lluvia y tuvimos un delicioso encuentro fortuito con Peke, una de las lectoras de este blog.


Aunque me voy de aquí, este lugar se queda siempre dentro de mi corazón. Y un pedazo de mi corazón queda atrapado en la arena, igual que aquella lágrima de la canción. Ahí, entre el granito desmenuzado por el mar, los coloritos y los pedazos de conchas blancas. No puede ser de otro modo.

lunes, junio 30

Madrid



La etapa madrileña del viaje toca a su fin. Han sido ratos hermosos y muy variopintos, donde en cada casa me he sentido como en la mía propia. Hemos pasado varios días con la yaya, las cuñadas, y mucha piscina para amortiguar un poco el tremendo calor que ha hecho.


Le agradeceré eternamente a la yaya el haberme dado algunos de los pocos ratos de vacaciones que realmente tengo al año. Poder sentarme a leer durante cuatro horas sin interrupciones es un lujo que raramente disfruto en la vida diaria. Naím adora a su yaya y con ella es capaz de olvidarse por un ratito de la mami, que en estos momentos de tanta gente, tanto ajetreo inusual y cinco cambios de cama en una semana, es el único referente estable que posee.


Además de la familia, ha sido también rato de amigos, o más bien de Amigas. De esas con mayúsculas, de las que llevan ahí más de 15 años y seguirán ahí por siempre. De esas que se cuentan con los dedos de una mano.


Tuvimos nuestros momentos de tradiciones africanas...


Nuevos amigos...


Conciertos de jazz en la plaza del pueblo con las cigüeñas en el palco...


Y, cómo no, mucho fútbol. A Naím curiosamente le apasiona y aunque a mí el fútbol me la refanfinfla, siempre me entra el patriotismo en casos de campeonatos internacionales, qué le vamos a hacer.


Mañana cogemos carretera y manta y acompañados por el abuelo que no ha podido resistirse a venirnos a buscar, salimos de camino a Galicia. Esperemos que el buen tiempo nos siga acompañando.

viernes, junio 27

Mortadelo y Filemón






Finalmente les habíamos puesto nombre, después de casi dos meses de que entrasen a formar parte de nuestra vida diaria. Mortadelo y Filemón. Uno flaquillo, alto y oscuro. El otro bajito, rechoncho y blanquito.

Dos días antes de salir de viaje le pedimos a Abe, el otro dueño de las cabritas, que se las llevara a su casa. Las íbamos a compartir durante el verano, un rato aquí y otro allá. Son unos cortacéspedes buenísimos y como la hierba en Alaska crece a razón de palmo diario, ellas bien alimentadas y nosotros todos contentos.

Se las llevó a su cabaña río arriba, en pleno monte, a varios kilómetros del pueblo más cercano. Les había construído un corralillo y estaban felices. Eso es, hasta que un oso se las merendó hace dos días.

Así son las cosas en Alaska, te descuidas un ratillo, y viene un oso a zamparse tus cabras. Qué penita... Con lo simpáticas que eran...

miércoles, junio 25

Barcelona



No lo hubiese imaginado nunca, pero al aterrizar en Europa comprobé que mi cuerpo se había desacostumbrado a sentir calor. Curiosa sensación la de ir adaptándose a ir con medio cuerpo al aire, sudando, y agradeciendo cada oportunidad de pasar un poco de fresquito.

La primera etapa del viaje ha sido Barcelona. Dos días estupendos acogidos en los 24 metros cuadrados más cálidos de toda la ciudad. Y no por el calor, que lo hacía y mucho dentro del apartamento, sino por la calidez humana que desprende mi querida hermana Chío. La visita ha sido corta y me ha sabido a poco. Espero con ganas volvernos a encontrar en Galicia, aunque sea para disfrutar de otro par de días juntas. Las labores de tía las ha hecho estupendamente. Toda una profesional, aunque ejerce más bien poco por lo lejos que le queda su sobrino.


No estaba en Barcelona desde la excursión de fin de curso de COU. De eso hace ya muchos años. De la ciudad hemos visto más bien poco, pero las excursiones que hemos hecho han sido variadas y tremendamente agradables. Un viaje a la playa de l´Hospitalet de l´Infant con visita al precioso pueblito del Roc de Sant Gaietá. Fue una pena no haberme llevado la cámara de fotos para poder compartir las preciosas imágenes de ese pueblo que tengo en la mente, así que por primera vez tomo una prestada. Tapitas, terracita y fuegos artificiales de la noche de San Juan. Un placer indescriptible.


Para equilibrar, al día siguiente nos fuimos a visitar la montaña que hace honor al quinto de mis nombres. Montserrat. Y sí, tengo cinco nombres, como si fuese de la realeza, pero esa es otra historia que ahora no viene al caso. Precioso, verdaderamente impresionante. El día estaba cubierto y bochornoso, y se agradecía la sombra de las nubes y el viento de la cima. Naím feliz corriendo por los caminos, viendo mariposas, pájaros y escaladores, y descansando subido a hombros de su tía Chío. Y su madre encantada de poder pasear por la naturaleza sin tener que preocuparse de los osos o los alces a cada paso. Qué descanso y qué placer.


Ya de regreso a Barcelona, hicimos una visita a última hora al famoso Parc Güell, que no había visitado nunca. Estaba casi vacío, lo cual hizo el paseo muy agradable, sin las típicas hordas de turistas. Me encanta Gaudí y su estrambótica imaginación arquitectónica.


Como detalle lingüístico, decir que en estos días, Naím ha aprendido una nueva palabra que dudo mucho que se le olvide jamás. Petardo.

Gracias hermana por tu hospitalidad y por ser tan tú misma como eres. Te quiero.