viernes, septiembre 11

Pesca de subsistencia




Por este verano, se acabó la pesca. Algún que otro optimista aún pasa ratos a la vera del río, no sé bien si pescando salmones, o tal vez un resfriado con categoría de gripe porcina, que dicen que ya ha llegado hasta el pueblo. Pero lo que soy yo, me he retirado; por este verano, y hasta quién sabe cuando, porque la etapa de Alaska ya va tocando a su fin.

El primer verano que pasé aquí, el proceso de la pesca de subsistencia y el consiguiente ahumado, lo hizo mayoritariamente David, acompañado de su amigo David. Sí, medio pueblo se llama David, son así de originales. Con la excusa de Naím, que de aquella tenía poco más de un añito, me libré de pasarme horas y horas limpiando pescado a la orilla del río, con las manos congeladas y devorada por los mosquitos. No me hacía mucha gracia el plan, lo confieso, y es que de aquella yo aún era una chica de ciudad. El segundo verano, aunque ya bastante más asilvestrada, los mosquitos pudieron de nuevo conmigo y huí despavorida con mi niño a mi paraíso de la costa gallega. Ahí al menos los mosquitos salen a horas decentes y no incordian demasiado. Cuando regresé disfruté mucho pescando, pero el trabajo duro del ahumado ya lo habían hecho de nuevo los Davides. Este tercer verano, en cambio, me lo tragué enterito y confieso que lo disfruté como una enana, con mosquitos y todo. Lo cual me hace preguntarme si volveré a ser alguna vez la chica de ciudad que yo era hace tres años.

En esta zona de la Alaska rural, a la que por cierto y dicho sea de paso, "Españoles en el Mundo" no quiso acercarse por quedarles un poquito a desmano de la zona civilizada, puedes legalmente hacer lo que llaman pesca de subsistencia. Así que una preciosa tarde de Julio, salimos con Mike y su novia al río a pescar. Mientras se soltaba la red desde el barco, nos dejamos llevar río abajo por la corriente. La red poco a poco iba dando saltitos, uno por cada pobre salmón que había acabado literalmente en nuestras redes. Cuando nos pareció que la red botaba lo suficiente comenzamos a recogerla y desenmarañar el caos de peces e hilo que subía del agua. Regresamos a casa contentos con una veintena larga de salmones variados, y un salmonazo King, apodado "El Monstruo”, que doblaba a todos los demás en tamaño. Era el más grande que había visto hasta entonces y tuve el honor de hacerle los honores.



Nos organizamos bien, cual fábrica de producción en serie. Comenzamos entre tres a destripar y filetear, mientras David ultimaba los detalles logísticos de las siguientes partes del proceso.



Una vez fileteados comenzamos a cortar en tiras, lo suficentemente gruesas como para tener consistencia, pero no tanto que el grosor impidiera que se secasen del todo por dentro.



Mientras unos cortábamos en tiras, otros atábamos una tira a cada extremo de un cordel. Y de ahí, de cabeza a la salmuera. Eso sí, una vez encontrado el punto justo de azúcar y sal, ese donde flota la patata en el agua. Un par de minutos a remojo y a colgarlas de unas ramas que luego subimos directamente cerca del techo del ahumadero. Las ramas van colocadas a una altura tal, que si entrase un oso de tamaño medio, teóricamente no alcanzaría a robarnos la despensa. Y es que los osos ladrones no son cosa nada infrecuente por estos lares.



Exhaustos ya y al borde de las 3 de la mañana, nos retiramos por fin a descansar. El salmón mientras tanto se iría secando durante 24 horas antes de comenzar el proceso de ahumado. El cobertizo de la leña lo construimos con la idea de que hiciese también las veces de ahumadero, para lo cual separamos ligeramente las tablas de las paredes. Así puede el humo filtrarse fácilmente y darle al pescado el toque justo que necesita. De tres a seis días de ahumado, dependiendo del tiempo, y estaría todo listo para envasar al vacío y conservar para el invierno.



Es un proceso laborioso al que muchas de las familias locales dedican varias semanas durante el verano y para lo que usan exclusivamente los "fish camps" o campamentos de pescado, situados río arriba o río abajo, en algún lugar alejado del pueblo. En esos campamentos son más frecuentes los encontronazo con los osos, que se acercan llamados por el irresistible aroma de salmón ahumado que recorre los bosques.

Pescar no sé cuando volveré a pescar, pero sí sé que es una de las cosas que más echaré de menos de Alaska. Tal vez algun día vuelva a hacerlo, pero sé que después de la abundancia de este río, cualquier otro me va a parecer poca cosa.



Un gran amor de mi más tierna adolescencia, de esas personas que hoy en día increíblemente se recuperan gracias a las redes sociales, muy aficionado a la pesca, me dijo hace poco que el día en que pescó su primer salmón, se acabó la pesca tal y como la conocía. Ya no era lo mismo. Pues yo habiendo pescado sólo salmones inmensos durante tres años, no te quiero ni contar. Salgo de aquí totalmente malcriada.

Si vuelvo a pescar algún día, será realmente una lección que me ayudará a seguir disfrutando de las cosas pequeñas de la vida.









lunes, agosto 24

De bloqueos y gentes




Hace meses que me cuesta muchísimo sentarme a escribir en este blog. Lo empecé hace ya casi dos años con la intención de compartir mi experiencia en Alaska y de paso ayudarme a ver el lado hermoso de esta tierra dura y gélida a la que había ido a parar. Fue puro instinto de supervivencia, vamos. Durante año y medio fui maruja y madre en un pueblo remoto del polo norte, lo cual no me dio para mucha vida social, pero sí me ayudó a reencontrar cosas olvidadas de mí misma, aprender un montón de cosas nuevas, enfrentarme a toda una variedad de miedos y remilgos, y tomarme un merecido descanso de mi vida profesional.

En noviembre del año pasado comencé a trabajar en el ayuntamiento del pueblo y empecé a tener contacto con muchísima más gente de la que había conocido hasta entonces. Poco a poco empecé a ser consciente de una realidad social de la que hasta entonces me había desentendido bastante.

Cuando llegamos a esta tierra, escuchamos muchas cosas desagradables de la gente del lugar. La mayoría las atribuimos al racismo existente entre nativos y blancos, así que a cualquier conversación de blancos que derivase en crítica destructiva a los nativos terminábamos por no hacerle mucho caso, convencidos de que los prejuicios estaban distorsionando la realidad de las cosas.

Esta es una sociedad con muchísimos problemas, donde campan a sus anchas el alcoholismo, la violencia, el abuso sexual, el maltrato infantil, y el suicidio en proporciones alarmantes. Hace tiempo intenté reflejar en un post esta realidad social, ayudándome de algunos textos escritos por gente nativa. Obviamente, como en todas partes, no todo el mundo está cortado por el mismo patrón y en estos dos años, casi tres, que llevamos en Aniak, hemos conocido a algunas personas que no caben dentro de este estereotipo. Lo triste es que han sido muy pocas.

Ayer David conoció casualmente a una mujer Inupiaq en un restaurante en Anchorage. Cuando le contó que viviamos en Aniak, la mujer le miró largamente y muy seria le dijo:. "El Kuskokwim es la tierra más dura de Alaska, y los Yup'ik la gente más dura. Mis antepasados no los consideraban seres humanos por lo crueles que son entre ellos."

La realidad social que veo en este pueblo desde que trabajo hace muy difícil el encontrar las pequeñas cosas hermosas que hacen que valga la pena el día a día, esas cosas que me ayudaron durante el primer año y medio a ver Aniak bajo una luz agradable y disfrutar mi estancia aquí. Escribir sobre lo que he estado viendo estos meses iba en contra de la intención inicial de este blog. Creo que por ello, poco a poco me fui bloqueando y encontrándome sin cosas que escribir.

No sé si continuaré escribiendo en este blog ahora que por fin parezco haberme desbloqueado. Tal vez siga encontrando inspiración y contando esporádicamente las cosas que van pasando dejando de lado las historias feas que me encuentro, para que el blog mantenga su tónica inicial. Tal vez use esa inspiración para contar historias de la gente, describir personajes de los que veo por aquí a diario, con sus miserias y su falta de humanidad, como decía la mujer Inupiaq, sin importarme mi intención inicial. O tal vez le eche el cierre y me despida del mundo bloguero sin más aspavientos. Todavía no lo sé.

martes, mayo 5

Ya pasó...




Dentro de lo malo, tuvimos muchísima suerte. La inundación podía haber durado varios días. O podía haber subido el agua hasta el tejado y hubiéramos tenido que ser evacuados. O el hielo pudo haber sido empujado más cerca del pueblo aplastando casas a su paso. En otros pueblos no tuvieron tanta suerte como nosotros. Las inundaciones han sido generalizadas en toda la cuenca de los ríos Yukon y Kuskokwim, por la mezcla de invierno con mucha nieve y altas temperaturas repentinas, que ya mencioné anteriormente.

El domingo pasamos toda la tarde en el dique, viendo el hielo moverse. Realmente no se movió mucho. De las seis o siete horas que pasamos allí, sólo lo vimos moverse durante unos diez minutos. Y es que el río es así, caprichoso, se hace de rogar. Nos fuimos de allí pensando que igual lográbamos pasar una noche más sin que se rompiera. Nuestro amigo Mike incluso pensaba pasar la noche acampado en el dique. El río parecía aún demasiado sólido como para romperse, y el nivel estaba muy bajo, como a unos diez o doce metros de la parte alta del dique.

A eso de la medianoche, recibimos la primera llamada: "Acaba de empezar. Está entrado agua por detrás del pueblo por un par de sitios. Como en media hora tendrás el agua en tu casa." Y seguidamente dos o tres llamadas más, de amigos que llamaban con diversas recomendaciones, consciente de que esta sería nuestra primera inundación. Estábamos preparados.

Los perros habían comenzado a aullar como locos hacía rato, sabiendo, con ese instinto que ya sólo conservan los animales, que algo se avecinaba. Sus aullidos se hacían más ensordecedores cada minuto que pasaba. Tenemos un par de vecinos con equipos de trineo, y quince o veinte perros cada uno. Suelen tener los perros alejados de las casas, pero estos días los traen cerca, a terreno más elevado. Añádele a los cuarenta perros vecinos, otros tantos de las casas más alejadas, y tenemos como resultado una increíble y casi tétrica algarabía.

El agua fue lo siguiente en oirse. Primero con un rugido apagado que iba acercándose poco a poco, hasta que empezó a dar la sensación de que teníamos un río furioso al lado de casa. Y así era. Lentamente empezamos a ver el agua llenar los puntos más bajos del terreno. La luna nos permitía bastante visibilidad. El agua entraba con una fuerza tremenda y se formaba una riada desde el terreno vecino que está algo más alto que el nuestro.

Yo estuve de guardia la primera parte de la noche y como a la una o las dos de la mañana, David tomó el relevo. El teléfono sonaba cada par de horas para avisarnos de que estaban a punto de cortar la luz. Los perros seguían aullando. La riada seguía su recorrido impasible. Fue imposible dormir esa noche.



A la mañana siguiente amanecimos rodeados por un lago. El agua estaba en el primer escalón del porche, y la riada continuaba su implacable camino. Empezaban a aventurarse vecinos a la calle, para ver qué estaba el agua haciendo en otras partes del pueblo. También salimos nosotros, para ver que en la carretera principal era imposible ir hacia la izquierda porque de ahí venía nuestra riada y a la derecha sólo se podía ir en barco.


Así que nos liamos la barca a la cabeza, literalmente. Fuimos a buscar nuestra estupenda barquita hinchable y nos aventuramos sobre el lago que se había formado entre nuestra casa y la estación de bomberos. Dejamos la barca la otro lado y continuamos por los charcos hasta que encontramos a Mike que venía en camioneta a inspeccionar nuestro lado del pueblo. Fuimos hasta su casa de nuevo, que está al lado del dique y allí nos quedamos estupefactos con el espectáculo que ofrecía el río. El amasijo de hielo que anoche se había quedado doce metros más abajo, estaba ahora a menos de un metro de la cima del dique, y en algunos lugares lo había sobrepasado.



Imaginar la energía tan salvaje que estaba siendo milagrosamente contenida por ese dique que ahora parecía tan frágil daba vértigo. Como cuando miras las estrellas y te sientes tan poquita cosa, tan chiquito. Igual. Una impotencia increíble y una conciencia inmensa de nuestra extraordinaria fragilidad como seres humanos. Realmente somos como hormiguitas.

Los rumores seguían corriendo por el pueblo de que la inundacion no había hecho más que empezar. Que si el dique de hielo que obturaba el agua río abajo no se deshacía milagrosamente, el agua subiría otros tantos metros y nos encontraríamos, como los de Red Devil, Crooked Creek, o Sleetmute, con el agua hasta los tejados. Hasta los descreídos silenciosamente rezábamos para que ocurriese el milagro.


Volvimos a casa, deshaciendo nuestro camino. Parte en coche, parte andando y parte en barca, disfrutando del sol y procurando pensar en que las cosas no irían a peor.

A eso de las tres de la tarde, el agua volvió a acelerarse en nuestra riada particular, y en cuestión de minutos subio casi medio palmo. Hasta ahí había logrado mantener la calma y no sentirme particularmente asustada. Pero cuando ví el agua subir de nuevo sí sentí miedo. Llevábamos ya muchas horas sin dormir y en tensión. El miedo no añadía nada agradable a la mezcla.

Pero duró poco, porque cuando menos lo esperaba, llegó la llamada más esperada. "Creo que lo peor ya ha pasado." Mi jefe me explicó que el dique de hielo se había soltado y que el río ya fluía libre delante de su casa. Los trozos que bajaban río abajo eran tan grandes y bajaban tan rápido que estaba casi seguro de que destrozarían cualquier otro dique que se formase más adelante.




Y con la misma, el agua que no paraba de subir, empezó a bajar. Poco a poco, sin grandes aspavientos, la riada pedía fuerza. Los destrozos a la carretera empezaron a ser patentes. Media carretera había sido lavada hacia nuestra huerta. Salimos a dar un paseo antes de cenar, a ver como se iba yendo el agua. Los bloques de hielo que habían sido traídos hasta el medio del pueblo eran enormes. Imposible no sentirse agradecidos por no haber sido aplastados como bichos por la fuerza de ese río y sus hielos. Imposible no sentirse ligera después de tantas horas de tensión y espera.

Durante el paseo, tuvimos un inesperado encuentro. Los primeros mosquitos ya han llegado. Y con toda esta agua estancada, nos espera una buena invasión. Y es que nadie dijo que la vida en Alaska fuese cómoda.

PD: Si alguien quiere ver más fotos, están en mi página de Facebook. Y gracias por los pensamientos positivos que habéis enviado hacia este lado del mundo. seguramente ayudaron al milagro. Aunque muchos otros, como dije, no tuvieron tanta suerte.





domingo, mayo 3

Ya está aquí...




Estamos a la espera... Como todos los años, el deshielo es la época que despierta más inquietudes. Y este año la cosa no pinta demasiado bien.

Uno de los pueblos río arriba ha sido ya evacuado esta mañana. La pista del aeropuerto ha quedado bajo el agua y el colegio tiene un metro de agua en los pasillos. Han salido helicópteros del ejército a por la gente y en cualquier momento aterrizarán en Aniak, donde se ha montado un refugio de emergencia en el instituto, que es donde el terreno es más alto de todo el pueblo.

Un par de cosas hacen que este año sea particularmente peligroso. Por un lado la cantidad tremenda de nieve que ha caído este invierno. Siete messes sin ver el suelo bajo mis pies, todo cubierto con un manto blanco de al menos un metro de espesor. Dicen los que llevan aquí toda la vida que en los ultimos quince o veinte años no habian visto caer tanta nieve.

Por otro lado, desde hace unos dos o tres días se nos ha plantado encima un anticiclón que nos ha traído una calorina tremenda para esta época del año. Todo es relativo, claro, pero 10 o 15 grados cuando hace dos semanas estábamos a 10 o 15 bajo cero son muchos grados. Dicen los expertos que esto no es bueno porque al hielo no le da tiempo a desmenuzarse bien antes de romperse, con lo cual se rompe en grandes bloques que tienen muchas posibilidades de quedase apelotonados río abajo creando un dique. Esto es justo lo que ha ocurrido esta noche en Red Devil.

Si llega el agua al pueblo es muy probable que nos quedemos sin luz eléctrica, y por tanto sin internet, sin teléfono, sin agua corriente, y sin calefacción. En casa ya tenemos agua potable y provisiones acumuladas, por si no podemos salir en unos días. El kayak atado al porche, y todo bien en alto por si acaso. En el peor de los casos nos evacuarán quién sabe a donde. Esperemos que no llegue a tanto la cosa.


De momento ya tenemos aquí a los del servicio federal de emergencias y helicópteros listos por si hacen falta para evacuar otros pueblos o a nosotros.

Cruzo los dedos para que la cosa no sea tan mala como se pinta. Cruzadlos conmigo, ¿sí?

domingo, abril 12

Viajando por Alaska



Hay un viaje que recomiendo a todo aquel aventurero que ose pisar suelo alaskeño durante los meses de invierno. O primavera, que para cuestiones de fríos viene a ser lo mismo, pero con un bastante más luz. Llevábamos ya un tiempo queriendo hacer este recorrido, y la visita de mis suegros finalmente logró que hiciéramos un hueco en nuestra vida diaria y nos tomásemos una semanita de vacaciones para conocer Alaska más allá de nuestra tundra. El primer destino fue Fairbanks, una de las tres "ciudades" de Alaska, la que está más al norte. No llega a estar dentro del círculo polar ártico, pero le falta poco. Si entrecomillo la palabra ciudad, es porque más que una ciudad, Fairbanks en realidad es un pueblo grande. Las casas y los negocios están muy espaciados, con lo cual de extensión es amplia, pero con una población de tan solo unos 30,000 habitantes. Tiene una Universidad bastante buena desde donde hay, indiscutiblemente, las mejores vistas de la ciudad. Hacia el sur hay una impresionante cordillera de montañas que en pleno invierno ha de ofrecer unos espectáculos increíbles de amaneceres tardíos que se transforman en atardeceres tempranos, como sólo se pueden ver en estas latitudes. 

Después de pasar un par de días en Fairbanks, cogimos carretera y manta y nos fuimos como a una hora de viaje, a un hotel que hay perdido de la mano de dios lejos de toda civilización. El hotelito en sí tiene básicamente dos atractivos tremendos. Uno es un pequeño lago de aguas termales. Os aseguro que cuando fuera hacen a 20 grados bajo cero, bañarse en un lago caliente es toda una experiencia. Desde el inevitable paseíllo al aire libre en bañador, hasta el pelo congelado por el vapor de las aguas en contacto con el aire tan frío, pasando por el gustazo de salir al frío cuando tienes el cuerpo recocido del agua caliente. No tiene desperdicio.


  
El segundo atractivo, es sin duda alguna, las auroras boreales que en esas latitudes se ven muy a menudo. De tres noches que pasamos en el hotel, las vimos dos. La primera noche simplemente estaba nublado. Para describirlas no hay palabras, así que ahí va una imagen.



La segunda parte de la aventura fue un viaje en tren desde Fairbanks a Anchorage. Doce horas de impresionantes paisajes helados que pasaron volando. Montañas, ríos, valles, más montañas, más ríos, más valles... Cada recodo era un mundo singular. Y en el cielo, ni una sola nube, lo que nos permitió disfrutar de los paisajes hasta donde alcanzaba la vista. 



  
Ojalá hubiesen sido más días, se nos hizo muy cortito a todos. Pero aún así, el viaje fue de esos que con el tiempo se vuelven totalmente inolvidables. Lo dicho, si alguien se anima, yo hasta os acompaño, que no me importaría nada repetirlo.

miércoles, febrero 25

Cuatro historias





Hace un par de meses, tuve el privilegio de entrar en casi todas las casas de este pueblo, con la excusa de hacer unas preguntas acerca de sus hábitos de pesca de subsistencia. Desde entonces, estoy fascinada con sus habitantes, con sus historias... Estas cuatro historias podrían tener lugar en Aniak, o en China, o en España.

Con cada historia nueva que conozco, simplemente confirmo que los humanos, por muchas fronteras que pretendamos construir y por mucho que queramos ser únicos e insustituibles, somos en realidad más parecidos que diferentes. Sea donde sea.

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Su casa era minimalista, como él. También era sucia, oscura y de paredes desconchadas. Una mesa y dos sillas medio rotas ocupaban el centro de la estancia. En un rincón, un cajón de madera con la tele encima y un sillón desvencijado. Las ventanas cubiertas con trapos que apenas dejaban pasar la luz. Un bombilla desnuda ofrecía una iluminación muy tenue para un escenario ya de por sí sombrío. El es igual de sombrío. El tono grisáceo de la casa se le había contagiado... o viceversa. Con estas cosas nunca se sabe quién fue primero, si el huevo o la gallina. La soledad se respira densamente aquí dentro. Soledad gris, soledad resignada. Sin duda, es vieja compañera.


* *

Era imposible avanzar más de medio metro en esta casa. Una barrera de botas de diversas tallas era lo primero que sale al paso. La mesa a la derecha no invita a nada y menos a sentarse. Las sillas desbordadas de ropa de todos los colores. La mesa invisible bajo un caos de vasos, platos, cubiertos, ceniceros, papeles, y más ropa. Por el suelo aún más ropa. Me pregunto que hay en los armarios, si es que hay armarios en la casa. También hay revistas, latas de cerveza, pedazos de pizza... Imposible avanzar, no hay donde poner los pies. Dos perros histéricos intentan olisquear al visitante. Tal vez hubo fiesta aquí anoche. O tal vez, como decía aquella pegatina que encontré hace un cuarto de siglo por ahí y que mi amiga Cuqui aún conserva en su cocina, esta chica también diría aquello de que "My only domestic quality is that I live in a house."


* * *

Cada pared y cada rincón de esa casa parecían sacadas directamente de la sección de decoración del todo a 100 más perralleiro que sea posible imaginar. Eso sí, a la Alaskeña, lo que incluye una cantidad desorbitada de ornamentos de todo tipo con motivos de alces y osos. Si esa casa estuviese en España, seguro que habría una bailaora de flamenco encima de la tele, si no dos. Una anciana malencarada ocupa un sillón mientras sus tres nietas adolescentes se desparraman por el sofá. Se siente la cercanía y la familiaridad de las 4 mujeres y a la vez es patente el abismo y la diferencia generacional que las separa.


* * * *

Se oyó un grito lejano: "Entra." La mujer apenas puede moverse del sillón. Una reciente enfermedad la ha dejado postrada unas semanas. Detrás de ella, su hija menor se esconde arropada entre las mantas del sofá. A duras penas tiene fuerzaas para hablar. Parece triste y muy cansada. Entra su marido brevemente y la tensión en la casa se dispara. Sin una palabra malsonante, ni más alta que otra. Simplemente se siente. Ella habla sin parar de su enfermedad. Pienso que ha de ser muy difícil no hablar de algo que se cuela en tu vida y toma posesión de cada momento y cada rincón. Cada sensación teñida siempre de dolor... omnipresente, eterno. Él sale silenciosamente de la casa, como huyendo. A veces el dolor es el único compañero fiel.

lunes, enero 26

Andan cerca los lobos





Todo empezó el sábado pasado, durante una mañana típicamente perezosa de invierno. Naim jugaba tras las cortinas, cuando de pronto salió corriendo mientras gritaba: "Mami, mami, un muuuuusssss!!!" Moose es alce, en inglés. Y como este niño ahora usa dos idiomas, pues los mezcla como quiere con mucho salero.

Al descorrer la cortina, ahí estaba, a menos de tres metros de la ventana del salón, mascando tranquilamente las ramas de los sauces del jardín. Al percibir el revuelo que había despertado en nuestra familia, el alce nos miró y lentamente se internó en el bosque sin decir ni mús.

Al día siguiente, otro alce se paseaba lentamente por el cruce de al lado de casa. Se dió unas buenas vueltas calle arriba y calle abajo, decidiéndose esta vez por los sauces de la vecina. La verdad, yo también elegiría los suyos. Tienen mucha mejor pinta que los nuestros. Las ramas de sauce son su manjar preferido y por lo que cuentan son además una buena aspirina natural. Este alce se pasó toda la tarde de casa de la vecina a la nuestra y vuelta para atrás. Sobra decir que con alces merodeando por el jardín, mejor quedarse dentro de casa a buen recaudo, que dicen que tienen muy mala leche. Y yo, con ese tamaño que se gastan, prefiero no comprobarlo, la verdad.

Los días siguientes siguieron trayendo alces y más alces. Uno cruzando la carretera, dos tumbados en la nieve en el jardín de atrás rumiando tranquilamente, otra con su bebé cruzando el río, otro más medio despistado en medio de la pista de aterrizaje del aeropuerto, cuatro de charla en el aparcamiento de la clínica...




Dicen que siempre que aparecen alces como ahora, es que andan los lobos alterados y vienen a refugiarse en el único sitio donde saben que no corren peligro: el medio del pueblo. En esta zona, a un alce no le van a disparar en esta época del año a no ser que alguien corra verdadero peligro. A un lobo, en cambio, cualquiera le metería un tiro sin dudarlo ni un segundo.

También puede ser que este año los veo más porque simplemente los sé ver mejor. Sé que el anõ pasado se me escaparon varios porque todavía no los sabía ver. Y mira que son grandes.

Pero tambien puede ser que, como cree la tradición Yup'ik, este invierno soy mejor persona y estoy más en paz conmigo misma que hace un año, y por ello los alces permiten que yo los vea.

martes, enero 13

Aquí hay gato encerrado



Hoy finalmente hemos recuperado del todo nuestra preciosa casita. Figurativamente, pero así se siente. No es que nos hayamos ido a alguna parte, todo lo contrario. Cuarenta y cinco bajo cero no dan para mucho salir. Pero hemos recuperado un espacio perdido hace diez días y sobre todo, lo más importante, hemos recuperado el fuego.

Dos días antes de Nochebuena tuvimos un incendio en el tiro de la chimenea. Según el bueno de Pedro, el jefe del cuerpo de bomberos del pueblo, lo nuestro fue un caso típico. Nuestro tiro sale del lado de la casa, justo encima del tejadito de la entrada, se extiende como medio metro hacia delante y gira hacia arriba. Ese recodo es el punto perfecto para la acumulación de la creosota residual. Y deshollinar, deshollinamos. Vive dios que deshollinamos regularmente. Pero la nieve acumulada en el tejadillo enfría el tiro en cuanto sale, de manera que los residuos se solidifican y arden muy fácilmente. Y ardieron, vaya si ardieron.

Nos llamó una vecina como a las siete de la tarde: "Te salen llamas de la chimenea." Tardé unos segundos en enterder qué era lo que estaba realmente queriéndome decir. Y de repente todo eran prisas. !Llama a los bomberos! !Busca el extintor! David corrió, extintor en mano, al piso de arriba, y salió en zapatillas por la ventana al tejado nevado. Salían unas llamaradas de la chimenea que daba gusto verlas. En cinco minutos teníamos la casa llena de gente. Todo el equipo de bomberos del que ya hablé una vez, los Dragon Slayers, hicieron su aparición trayendo un extintor para enfríar el tiro que a estas alturas, ya sin llamas, estaba aún al rojo vivo. Quedó para el arrastre, agujereado e inservible. Nosotros, en cambio, agradecidos, aliviados y felices de que todo se hubiese quedado en un susto. Si no llega a darse cuenta la vecina a tiempo, podríamos habernos enterado cuando hubeise empezase a arder el cuarto pequeño, el del niño. Y por ahí, la historia hubiera tomado un cariz mucho más dramático.

Decidimos dejar de usar la estufa de leña hasta que hubiéramos reparado el tiro. No nos quedó más remedio que empezar a tirar de la estufa de gasóleo, cosa que evitamos hacer en la medida de lo posible. En estas tierras, en pleno invierno polar, por muy moderada que pretendas mantener la temperatura de la casa, al menos has de evitar que se congelen las cañerías. Para eso, y si no te calientas con leña, no queda más remedio que mantener la estufa encendida 24 horas al día: consumiendo gasóleo, chupando electricidad y por ende consumiendo más gasóleo, y echando humos, muchos humos. No es difícil imaginar que la energía cambió en la casa totalmente.

No hay ninguna descripción de la foto disponible.

Llegó la Nochebuena y con ella una nevada de medio metro que auguraba unas temperaturas decentes para las fiestas. Pero no, no era más que uno de tantos vaciles meteorológicos, porque a los dos días los termómetros dieron un bajón casi tan estrepitoso como la economía mundial en estos meses. De un día para otro, nos despertamos a 38 bajo cero y sin agua fría en la casa. Curiosamente sí había agua caliente, lo que nos hizo pensar que en algún lugar por allá detrás de la bañera, la cañería del agua fría se había congelado. No era raro, porque cada charquito que Naím había dejado en el suelo del baño la noche anterior estaba convertido en una pista de patinaje para mosquitos. Con la ayuda de la calefacción, una estufa eléctrica, y la ducha caliente a todo meter, logramos reproducir la atmósfera de una selva tropical en plena estación húmeda dentro de nuestro cuarto de baño. Después de casi siete horas, logramos por fin descongelar la cañería.

Las temperaturas continuaron de esta guisa, llegando a 45 bajo cero. Con esos fríos, no enciendía el quad, ni tampoco la camioneta que nos dejaron hace unos días. La moto de nieve sí encendió, previo calentamiento de hora y media con un secador de pelo colocado estratégicamente debajo de una manta. Tecnología punta. La oficina de David se congeló, así que se trajo los bártulos a casa y montó su despacho en la habitación. La guardería también se congeló. Randi salía a haer sus necesidades en 0'5 secundos exactamente. Y la Tola, ya en Octubre cuando cayó la primera nevada, había dicho que la avisáramos en Mayo cuando pudiese volver a salir a cazar ratones. Yo, por mi parte, decidí que era el momento ideal para agarrarme una generosa amigdalitis.


El frío se colaba por la puerta de la cocina de una manera que ponía los pelos de punta. Así que para no andar por ahí con los pelos disparados, le colocamos una mantita a la puerta. Así pretendíamos frenar un poco a un tal Gelator, dios del frío, que incansable embestía contra la casa, colándose sin permiso por cualquier rendija. A pesar de todos nuestros esfuerzos, la temperatura abajo, cerca de la puerta de la cocina no subía de un par de grados o tres. En el resto de la planta baja como mucho, lográbamos unos diez. Aunque eso realmente dependía de la altura de cada quien. David disfrutaba de unos grados más que yo, y los dos de bastates más que Naím, que el pobre, con dos años, aún es un poco bajito. Agua que caía en el suelo, agua que al rato estaba congelada. No daban muchas ganas de ir descalza, la verdad. Arriba en cambio, en camiseta de tirantes y pantalón corto porque rozábamos los 30 grados. Y eso que hay un ventilador instalado que supuestamente chupa aire de arriba y lo manda por un tubo al piso de abajo. Pamplinas. Lo mismo podríamos haber tenido un abanico, para lo que nos sirvió.

Totalmente concienciados y preparados para pasar unos días sin salir de casa, montamos el campamento base en los 26 metros cuadrados del piso de arriba. Bajábamos a cocinar y al baño. Tres personas de una misma familia encerradas durante casi diez días en un espacio tan pequeño puede ser toda una experiencia. Podría esperarse cualquier cosa de una situación que a simple vista incluso yo juzgaría como claustrofóbica. Sorprendentemente, y lo digo con una sonrisa en el alma de oreja a oreja, fue una experiencia preciosa.

Hoy finalmente llegó el nuevo tiro de la chimenea, y con él un subidón del mercurio de más de 20 grados. Parar de una vez la estufa de gasóleo, volver a encender fuego y recuperar la planta baja de la casa, ha sido como recuperar un espacio perdido y a la vez darse cuenta de que no habías tenido ni tiempo de echarlo de menos. Supongo que estas cosas pasan cuando uno se centra en vivir y disfrutar el presente, independientemente de las circunstancias.