Dentro de lo malo, tuvimos muchísima suerte. La inundación podía haber durado varios días. O podía haber subido el agua hasta el tejado y hubiéramos tenido que ser evacuados. O el hielo pudo haber sido empujado más cerca del pueblo aplastando casas a su paso. En otros pueblos no tuvieron tanta suerte como nosotros. Las inundaciones han sido generalizadas en toda la cuenca de los ríos Yukon y Kuskokwim, por la mezcla de invierno con mucha nieve y altas temperaturas repentinas, que ya mencioné anteriormente.
El domingo pasamos toda la tarde en el dique, viendo el hielo moverse. Realmente no se movió mucho. De las seis o siete horas que pasamos allí, sólo lo vimos moverse durante unos diez minutos. Y es que el río es así, caprichoso, se hace de rogar. Nos fuimos de allí pensando que igual lográbamos pasar una noche más sin que se rompiera. Nuestro amigo Mike incluso pensaba pasar la noche acampado en el dique. El río parecía aún demasiado sólido como para romperse, y el nivel estaba muy bajo, como a unos diez o doce metros de la parte alta del dique.
A eso de la medianoche, recibimos la primera llamada: "Acaba de empezar. Está entrado agua por detrás del pueblo por un par de sitios. Como en media hora tendrás el agua en tu casa." Y seguidamente dos o tres llamadas más, de amigos que llamaban con diversas recomendaciones, consciente de que esta sería nuestra primera inundación. Estábamos preparados.
El agua fue lo siguiente en oirse. Primero con un rugido apagado que iba acercándose poco a poco, hasta que empezó a dar la sensación de que teníamos un río furioso al lado de casa. Y así era. Lentamente empezamos a ver el agua llenar los puntos más bajos del terreno. La luna nos permitía bastante visibilidad. El agua entraba con una fuerza tremenda y se formaba una riada desde el terreno vecino que está algo más alto que el nuestro.
Yo estuve de guardia la primera parte de la noche y como a la una o las dos de la mañana, David tomó el relevo. El teléfono sonaba cada par de horas para avisarnos de que estaban a punto de cortar la luz. Los perros seguían aullando. La riada seguía su recorrido impasible. Fue imposible dormir esa noche.
A la mañana siguiente amanecimos rodeados por un lago. El agua estaba en el primer escalón del porche, y la riada continuaba su implacable camino. Empezaban a aventurarse vecinos a la calle, para ver qué estaba el agua haciendo en otras partes del pueblo. También salimos nosotros, para ver que en la carretera principal era imposible ir hacia la izquierda porque de ahí venía nuestra riada y a la derecha sólo se podía ir en barco.

Así que nos liamos la barca a la cabeza, literalmente. Fuimos a buscar nuestra estupenda barquita hinchable y nos aventuramos sobre el lago que se había formado entre nuestra casa y la estación de bomberos. Dejamos la barca la otro lado y continuamos por los charcos hasta que encontramos a Mike que venía en camioneta a inspeccionar nuestro lado del pueblo. Fuimos hasta su casa de nuevo, que está al lado del dique y allí nos quedamos estupefactos con el espectáculo que ofrecía el río. El amasijo de hielo que anoche se había quedado doce metros más abajo, estaba ahora a menos de un metro de la cima del dique, y en algunos lugares lo había sobrepasado.
Imaginar la energía tan salvaje que estaba siendo milagrosamente contenida por ese dique que ahora parecía tan frágil daba vértigo. Como cuando miras las estrellas y te sientes tan poquita cosa, tan chiquito. Igual. Una impotencia increíble y una conciencia inmensa de nuestra extraordinaria fragilidad como seres humanos. Realmente somos como hormiguitas.
Los rumores seguían corriendo por el pueblo de que la inundacion no había hecho más que empezar. Que si el dique de hielo que obturaba el agua río abajo no se deshacía milagrosamente, el agua subiría otros tantos metros y nos encontraríamos, como los de Red Devil, Crooked Creek, o Sleetmute, con el agua hasta los tejados. Hasta los descreídos silenciosamente rezábamos para que ocurriese el milagro.
Volvimos a casa, deshaciendo nuestro camino. Parte en coche, parte andando y parte en barca, disfrutando del sol y procurando pensar en que las cosas no irían a peor.
A eso de las tres de la tarde, el agua volvió a acelerarse en nuestra riada particular, y en cuestión de minutos subio casi medio palmo. Hasta ahí había logrado mantener la calma y no sentirme particularmente asustada. Pero cuando ví el agua subir de nuevo sí sentí miedo. Llevábamos ya muchas horas sin dormir y en tensión. El miedo no añadía nada agradable a la mezcla.
Pero duró poco, porque cuando menos lo esperaba, llegó la llamada más esperada. "Creo que lo peor ya ha pasado." Mi jefe me explicó que el dique de hielo se había soltado y que el río ya fluía libre delante de su casa. Los trozos que bajaban río abajo eran tan grandes y bajaban tan rápido que estaba casi seguro de que destrozarían cualquier otro dique que se formase más adelante.
Durante el paseo, tuvimos un inesperado encuentro. Los primeros mosquitos ya han llegado. Y con toda esta agua estancada, nos espera una buena invasión. Y es que nadie dijo que la vida en Alaska fuese cómoda.
PD: Si alguien quiere ver más fotos, están en mi página de Facebook. Y gracias por los pensamientos positivos que habéis enviado hacia este lado del mundo. seguramente ayudaron al milagro. Aunque muchos otros, como dije, no tuvieron tanta suerte.