viernes, julio 25

Rumores



Los rumores son un fenómeno fascinante. Al menos a mí me lo parece. De un pedacito de información cualquiera se pueden originar las historias más increíbles.

En los pueblos este fenómeno llega a tomar unas proporciones desorbitadas. Pareciera incluso que a menor número de habitantes, mayor número de rumores. Y no sólo en Alaska, no. Es un fenómeno universal que podemos encontrar desde Alaska a la Patagonia y seguramente a la China también. Puede que sea porque la gente no tiene muchos entretenimientos sociales y entonces se entretienen inventando historias sobre los vecinos. O tal vez el estar tan en contacto con la naturaleza desarolla la imaginación de una forma que la gente de ciudad no llega a comprender. O simplemente por fastidiar... No sé cual es la razón, pero el caso es que los rumores suelen dar mucho que hablar.

Cuando uno tiene el privilegio de escuchar un rumor que le implica directa o indirectamente, la diversión suele estar asegurada, siempre y cuando uno se lo tome con humor. Aunque a lo largo de mi vida he tenido la desgracia de ser víctima de rumores crueles, de esos que es mejor perdonar y luego olvidar, en este caso no puedo menos que sonreir ante la inventiva del prójimo.

Ayer tuve la suerte de escuchar uno de los rumores más imaginativos que he escuchado jamás. Los protagonistas de esta historia son nuestros queridos Mortadelo y Filemón. No, no los de Ibañez, sino esas cabritas que fueron tristemente devoradas por un oso hace como un mes o así.

La historia va así.

Un hombre del pueblo, al que llamaremos por ejemplo John Smith, que trabaja en la construcción de la nueva línea de alcantarillado del pueblo, pasó ayer por el trabajo de mi amiga Elisabeth y se puso a hablar con su jefe sobre un extraño fenómeno que acababa de observar en casa de esa gente extranjera y medio rara que viven en la cabaña de troncos de la esquina. Sí, los españoles esos que tienen unas cabras.

Nuestro intrépido John Smith relató como al pasar por casa de los españoles a marcar la entrada de su terreno, había visto a una de las cabras y se había acercado a acariciarla. Al ir a tocarle la cabeza cariñosamente, el pobre hombre dió un respingo y se echó para atrás, medio confundido y a la vez medio asqueado. La cabra en cuestión tenía la tapa de los sesos levantada y recubriendo el cerebro había un pedazo de plástico a modo de casco. Dicho plástico seguramente cumplía la higiénica función de proteger a la cabra de infecciones y otras vainas que pueden derivarse de andar con la masa cerebral al fresco.

Por suerte, el español estaba cerca y John Smith pude preguntarle por qué le habían hecho a la cabra semejante cosa. Aparentemente David, ni corto ni perezoso, despejó todas sus dudas al explicarle claramente que el remover al animal la tapa de los sesos tenía una función muy específica. El plástico sustituiría dicha parte del cráneo durante todo un año, y después de ese tiempo le volverían a colocar la susodicha tapa. Eso aseguraría que la cabra nunca más tendría ganas de escaparse de casa. Desde luego es innegable que esta solución es mucho más práctica y sobre todo mucho más segura para la cabra que una cuerda al cuello o un redil.

Obviamente, en el trabajo de Elisabeth se montó una tremenda algarabía. ¿Sería esto vudú o quizás parte de un ritual satánico? Es de sobras conocido en el mundo entero y parte del extranjero que el vudú es parte integral de la cultura española, igual que los toros, el flamenco, o el ir de tapas. Intentaron por todos los medios convencerla para que viniese discretamente a visitarme con una cámara de fotos para retratar a la cabra en cuestión, a lo cual ella se negó. Pero accedió a preguntarme sobre el tema antes de entrar a clase de yoga es mismo día.

Ahora imaginaos la cara con la que me quedé cuando oí esta historia.

Es cierto que las cabritas tenían algo extraño en la parte frontal de la cabeza. Parece ser que los que crían cabras para uso doméstico, les queman los incipientes cuernos cuando son crías, para que no lleguen a desarrollarlos y así evitar embestidas dolorosas a los humanos. Cuando las cabras llegaron a nosotros ya les habían hecho esto y al cabo de un par de semanas los cuernitos que tenían se cayeron. Debajo quedaron piel y carne en proceso de cicatrización, lo mismo que cuando se cae una costra de una herida.

De esto a agujeros en el cráneo cubiertos con plástico y rituales de vudú, hay todo un mundo. O más bien todo un universo. Uno que realmente no alcanzo a comprender. ¿Por qué necesita alguien inventarse semejante estupidez y esparcirla a los cuatro vientos? Eso sí, me he reído un buen rato a costa de la imaginación ajena, eso desde luego.

No era de esto de lo que quería hablar en mi post de vuelta a casa, pero no me he podido resistir.

jueves, julio 17

Castiñeiras



Cada vez que tengo la gran suerte de poder pasar unos días en mi lugar favorito del planeta, me asalta algún que otro fantasma del pasado. Cosa por cierto nada infrecuente en mis numerosas vueltas a casa, sea por Navidad como el turrón o en pleno verano como ahora.


Castiñeiras es un lugar cargado de recuerdos de otra época de mi vida. Anécdotas que me gusta recordar, aunque algunas las haya ido olvidando por el camino. Sensaciones y sentimientos que reconozco como pertenecientes a un pasado clarooscuro y bastante lejano ya. Pero con todo, retazos de una vida que me ha ido conformando como lo que soy. Y que de vez en cuando no viene mal revisar e incluso revivir.


Castiñeiras trae consigo, sobre todo, largas horas perezosas de playa y sol en las que se agolpan los recuerdos. Noches interminables persiguiendo estrellas fugaces y saboreando queimadas en las rocas. Fiestas apoteósicas que aún perduran en la memoria de muchos, incluso en las de aquellos que no asistieron. Desayunos de higos frescos recién cogidos del árbol. Horas y horas recogiendo "coloritos" de entre los granos de arena de la playa. Soledad, lluvia, saxofones... Tiempos lejanos que aún hoy provocan sonrisas y complicidades. Tiempos que están también muy ligados a mi hermano, uno de los cuatro hombres más importantes de mi vida y al que quiero con toda mi alma. Sé que él lo sabe.


Estos días han sido estupendos aunque muy breves. De todos modos, en Castiñeiras incluso dos meses pasarían volando. El tiempo no ha acompañado demasiado, pero al menos hemos podido bañarnos en el mar unos días.


Naím y yo hemos disfrutado de la familia a trompicones. Unos días estaba sólo el abuelo, otros estaba sólo el tío, otros días estaban todos, y también nos visitaron por primera vez los cuñados de Madrid... Incluso pasamos un par de días de soledad y lluvia y tuvimos un delicioso encuentro fortuito con Peke, una de las lectoras de este blog.


Aunque me voy de aquí, este lugar se queda siempre dentro de mi corazón. Y un pedazo de mi corazón queda atrapado en la arena, igual que aquella lágrima de la canción. Ahí, entre el granito desmenuzado por el mar, los coloritos y los pedazos de conchas blancas. No puede ser de otro modo.