miércoles, febrero 25

Cuatro historias





Hace un par de meses, tuve el privilegio de entrar en casi todas las casas de este pueblo, con la excusa de hacer unas preguntas acerca de sus hábitos de pesca de subsistencia. Desde entonces, estoy fascinada con sus habitantes, con sus historias... Estas cuatro historias podrían tener lugar en Aniak, o en China, o en España.

Con cada historia nueva que conozco, simplemente confirmo que los humanos, por muchas fronteras que pretendamos construir y por mucho que queramos ser únicos e insustituibles, somos en realidad más parecidos que diferentes. Sea donde sea.

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Su casa era minimalista, como él. También era sucia, oscura y de paredes desconchadas. Una mesa y dos sillas medio rotas ocupaban el centro de la estancia. En un rincón, un cajón de madera con la tele encima y un sillón desvencijado. Las ventanas cubiertas con trapos que apenas dejaban pasar la luz. Un bombilla desnuda ofrecía una iluminación muy tenue para un escenario ya de por sí sombrío. El es igual de sombrío. El tono grisáceo de la casa se le había contagiado... o viceversa. Con estas cosas nunca se sabe quién fue primero, si el huevo o la gallina. La soledad se respira densamente aquí dentro. Soledad gris, soledad resignada. Sin duda, es vieja compañera.


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Era imposible avanzar más de medio metro en esta casa. Una barrera de botas de diversas tallas era lo primero que sale al paso. La mesa a la derecha no invita a nada y menos a sentarse. Las sillas desbordadas de ropa de todos los colores. La mesa invisible bajo un caos de vasos, platos, cubiertos, ceniceros, papeles, y más ropa. Por el suelo aún más ropa. Me pregunto que hay en los armarios, si es que hay armarios en la casa. También hay revistas, latas de cerveza, pedazos de pizza... Imposible avanzar, no hay donde poner los pies. Dos perros histéricos intentan olisquear al visitante. Tal vez hubo fiesta aquí anoche. O tal vez, como decía aquella pegatina que encontré hace un cuarto de siglo por ahí y que mi amiga Cuqui aún conserva en su cocina, esta chica también diría aquello de que "My only domestic quality is that I live in a house."


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Cada pared y cada rincón de esa casa parecían sacadas directamente de la sección de decoración del todo a 100 más perralleiro que sea posible imaginar. Eso sí, a la Alaskeña, lo que incluye una cantidad desorbitada de ornamentos de todo tipo con motivos de alces y osos. Si esa casa estuviese en España, seguro que habría una bailaora de flamenco encima de la tele, si no dos. Una anciana malencarada ocupa un sillón mientras sus tres nietas adolescentes se desparraman por el sofá. Se siente la cercanía y la familiaridad de las 4 mujeres y a la vez es patente el abismo y la diferencia generacional que las separa.


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Se oyó un grito lejano: "Entra." La mujer apenas puede moverse del sillón. Una reciente enfermedad la ha dejado postrada unas semanas. Detrás de ella, su hija menor se esconde arropada entre las mantas del sofá. A duras penas tiene fuerzaas para hablar. Parece triste y muy cansada. Entra su marido brevemente y la tensión en la casa se dispara. Sin una palabra malsonante, ni más alta que otra. Simplemente se siente. Ella habla sin parar de su enfermedad. Pienso que ha de ser muy difícil no hablar de algo que se cuela en tu vida y toma posesión de cada momento y cada rincón. Cada sensación teñida siempre de dolor... omnipresente, eterno. Él sale silenciosamente de la casa, como huyendo. A veces el dolor es el único compañero fiel.