"Stop"
Aniak, Alaska
Enero 2008
Llevo unos días sentándome a escribir y sintiéndome bloqueada. Entre otras cosas estuve un poco confundida, sin saber muy bien para quién o para qué estaba escribiendo. Fue necesario retroceder hasta mi primer post para recordar que mi intención inicial al abrir el blog había sido la de intentar aprender a amar este lugar al que la vida, en uno de sus insondables toques de gracia, me había trasplantado.
Cuando llegamos aquí hace aproximadamente un año, una de las cosas que más nos llamaron la atención desde el primer momento, fue la cantidad de tiempo que dedican al día una gran parte de los kass’aqs del pueblo (esos somos nosotros, los blancos) a criticar a los nativos de la zona. Los acusan de borrachos, violadores, vagos, maltratadores, jugadores… Pueden pasarse horas simplemente poniéndolos verdes y parecen disfrutar con ello. Lo más triste de todo, es que a un gran porcentaje de la población nativa, estos adjetivos les sientan como anillo al dedo.
De los nativos en cambio, nos impactó esa forma de mirar sin verte, con la que hacen obvia su total falta de interés en tu persona. Ellos, a su vez, también pasan sus buenos ratos poniendo verdes a los kass'aqs y culpándonos de todos sus males. Nada sorprendente, por otro lado. No creo que haga falta recordarle a nadie la fama que nos hemos currado por el mundo adelante los kass’aqs. Pero sí es cierto de que en ocasiones, sus razonamientos son sorprendente y casi me atrevería a decir que hasta graciosos, si las consecuencias que emanan de culpar al otro y no tomar responsabilidad personal no fuesen tan dramáticas.
He estado leyendo un librito escrito por un tal Harold Napoleon (nombre curioso para un nativo Yup’ik donde los haya). El libro se titula “Yuuyaraq: The Way of the Human Being.” Harold es un hombre que durante los cinco años que pasó en la cárcel por haber matado a su propio hijo una noche de borrachera, consiguió unir bastantes de las piezas que forman el rompecabezas de esta sociedad traumatizada que son los Nativos de Alaska.
Una mezcla de hechos históricos traumáticos y respuestas emocionales a esos traumas han conformado la sociedad nativa de Alaska de hoy en día. Hechos como las epidemias de principios del siglo XX que diezmaron la población, reduciéndola en un 60%; la posterior educación de los niños nativos a manos de misioneros cristianos en colegios e internados donde se les prohibía hablar Yup’ik y se les enseñaba que sus rituales espirituales tradicionales eran satánicos; y la firma del Alaska Native Claims Settlement Act, por el cual en 1971 el gobierno de EEUU compró a los nativos el derecho de uso de sus tierras aborígenes, donde coincidentemente habían encontrado petróleo a espuertas, son tres grandes ejemplos de pérdidas traumáticas que ha sufrido este pueblo a lo largo del siglo pasado. Pérdida de familias y aldeas enteras, de su cultura y su espiritualidad, y de gran parte de sus tierras. Pérdidas que dieron como resultado una generación traumatizada, avergonzada de sus orígenes y de sí mismos, y que acarreaba un gran sentimiento de culpa.
Todo trauma trae consigo una gran marea de sentimientos (tristeza, miedo, culpa, vergüenza, inseguridad, falta de motivación...). Si a estos sentimientos post-traumáticos se une el silencio, aparece como resultado tanto la transformación de dichos sentimientos en una agresividad internalizada, como su repetición automática de generación en generación. Los Yup’ik son gente callada, sin costumbre de hablar de sentimientos ni de las cosas malas que han ocurrido. Aún hoy en día, los ancianos recomiendan a los jóvenes “nallunguarluku,” o sea, que pretendan que no ha pasado nada.
Si al trauma sufrido en silencio se le añade alcohol y drogas como vía de evasión de la realidad, esa agresividad internalizada termina expresándose sin control, normalmente hacia aquellos que están más cerca. Si además tenemos en cuenta la existencia de aproximadamente un 90% de paro, muy pocos recursos laborales en la zona, y las necesidades básicas cubiertas por el estado, nos encontramos que a todo lo anterior se unen la desesperanza, la desidia, y la falta de iniciativa.
Es obvio que estoy hablando en términos generales, y que hay nativos con ganas de que su pueblo salga del hoyo en el que se encuentra y luchando por conseguirlo. Pero también es cierto que la Alaska rural tiene uno de los mayores porcentajes de suicidio de todo el país; que sufre un problema de alcoholismo que ha llevado a muchas aldeas a votar a favor del establecimiento de la ley seca total o parcial (en Aniak, por ejemplo, hay una ley parcial, se puede consumir alcohol, pero en el pueblo no se vende); y que la violencia doméstica, el maltrato y el abandono infantil, los abusos sexuales, el embarazo adolescente, y el paro están a la orden del día.
Han sido víctimas. Víctimas de desastres naturales, de pérdidas devastadoras, de alcoholismo y drogadicción, de violencia y abusos… de traumas que vienen de lejos y que se mantienen vivos con la ayuda del silencio y el alcohol. Durante generaciones unas víctimas han reemplazado a otras, el abusado se convierte a su vez en abusador, mientras sigue siendo víctima de otros a la vez que de sí mismo. Es un círculo de abuso que da mil y una vueltas enmarañándolo todo.
Después de trabajar durante diez años con una gran cantidad de víctimas de todo tipo, intentando ayudarles a salir del hoyo y encontrar la dignidad y la autoestima que habían perdido por el camino, soy capaz de entender y reconocer el ciclo de abuso. Y por eso mismo también soy consciente de que abusador y víctima son dos caras de la misma moneda y que es importante y necesario culpar a los culpables en voz alta y quejarse de los abusos que uno ha sufrido. Pero también es importante y necesario que la víctima sea capaz de salirse de su papel de víctima y pueda reconocer claramente su contribución a la dinámica del abuso, responsabilizarse de sus propias acciones y tomar parte activa en el proceso de cambio. Sólo entonces será realmente posible la sanación.
La cultura tradicional Yup’ik merece mi más profunda admiración. Es un pueblo fuerte, que ha sobrevivido durante siglos en las condiciones climáticas más adversas, en comunión profunda con la naturaleza. Esa cultura se basaba en un gran respeto a los ancianos y la espiritualidad impregnaba todos los aspectos de su vida. Pero esa cultura, como tal, ya no existe.
Hoy en día, las nuevas generaciones no respetan ni a su abuela, se roban, violan y matan unos a otros, y serían incapaces de vivir sin su televisión, su consola, su moto de nieve, su quad, y su calefacción de petróleo, todo ello subvencionado de un modo u otro por el estado. No tienen mi respeto ni mi aprobación, aunque sí mi comprensión.
Estos días no ha sido fácil encontrarle el lado amable a este pueblo. He tenido la desgracia, o la suerte, según se mire, de verle realmente las tripas a esta esquinita del mundo. Viejas rencillas ya podridas entre familias de la zona… manipulaciones descaradas de información para beneficio de unos y probable detrimento de otros… el racismo devastador que impera en la zona...
Dentro de todo lo malo, ha sido hermoso constatar que alguna gente todavía conserva el sentido común tanto en la cabeza como en el alma. Un puñado de ellos han sabido demostrar que han logrado conservar (o rescatar) la sabiduría que proporciona el contacto íntimo con una espiritualidad ancestral. Ha sido un puñado tristemente pequeño, pero existente al fin y al cabo... Y de ahí es del único lugar posible del que emana la esperanza.
"It is time we bury the old culture, mourn those who died with it, mourn with those who survived it... We have been wandering in a daze for the last 100 years... Now we have to stop, look at ourselves, and... press on together, free of the past that haunted us... free to become what we were intended to be by God."
Harold Napoleon
((Si alguno ha leído hasta aquí, enhorabuena. Hoy se me ha ido un poco la mano, pero es que tenía este post atravesado como una espina en la garganta.))